Anunciadas como cruciales para afrontar la peor crisis económica y política de su historia, las elecciones de este domingo en Líbano han mostrado el cansancio de los electores que apenas se movilizaron para acudir a las urnas. Cuando en otoño de 2019 la inmensa mayoría de la población se lanzó a la calle en protesta por la corrupción de la clase política, en plena bancarrota del país, daba la impresión de que el sistema político podría saltar por los aires ante la presión de la calle. Un año más tarde, esa impresión se acentuó con ocasión de las devastadoras explosiones en el puerto de Beirut que destruyeron gran parte del centro de la capital, causando 217 muertos y miles de heridos.

Pero los partidos o, más bien, los clanes políticos que se reparten el poder desde el fin de la guerra civil, en 1990, han concurrido a las urnas como si nada hubiese ocurrido. Como respuesta, cerca del sesenta por ciento de los electores, ha preferido quedarse en casa sin votar. Pese a ello, y a la espera del escrutinio de los votos de la numerosa diáspora libanesa, algún cambio se perfila en el panorama: la posible pérdida de la mayoría absoluta que detentaba el partido chiita pro-iraní "Hezbolah" con sus aliados, y la oportunidad que van a tener los nuevos partidos surgidos de las protestas de tener voz en el Parlamento, donde podrían alcanzar hasta diez escaños. A ellos les va a tocar la tarea de suscitar nuevas ilusiones en un país que fue un oasis de convivencia política y religiosa en el corazón del convulso Oriente Medio.