El próximo 7 de noviembre los nicaragüenses están llamados a las urnas. Ortega u Ortega es la fórmula ganadora a pocos días de las elecciones. Y esto porque el actual presidente no tiene rivales. Poco a poco ha ido encarcelando a todos los candidatos de la oposición, estudiantes, sindicalistas y periodistas. Ortega ganará las elecciones y Nicaragua caminará, ya definitivamente, por la senda del autoritarismo. Una semana más tarde, también se celebrarán elecciones parlamentarias en Argentina y, salvo sorpresa de última hora, parece claro que el oficialismo kichnerista perderá la contienda.

El panorama no es por eso es menos sombrío, porque Cristina Fernández sabe que si pierde la mayoría puede tener graves problemas judiciales. En Brasil, el Senado está planteando problemas serios al presidente Bolsonaro, al que acusa de diez delitos graves contra la salud pública por la negligente gestión de la pandemia. Y luego está el caso chileno, un país que arrastra dos años duros de inestabilidad política y social, que en las últimas horas ha asistido al resurgir de la violencia en las calles mientras se redacta una nueva Constitución.

Entre tanta incertidumbre y sin que en Venezuela se mueva ni una hoja, la última cumbre del CELAC dio a conocer a un político de un pequeño país que hace gala de seriedad y rigor. Lacalle Pou, el presidente de Uruguay, se enfrentó a una izquierda autoritaria que no ha frenado el empobrecimiento y sí ha socavado las bases de la institucionalidad democrática. La democracia es la única garantía para la convivencia. En América Latina, pero también en la vieja Europa.