Este domingo, tras el habitual rezo del Ángelus, el Papa ha querido recordar los atentados de la pasada semana en Noruega, Afganistán e Inglaterra, que costaron numerosos muertos y heridos. Como ha pedido expresamente Francisco, hay que abandonar la vía de la violencia, que es siempre perdedora, que supone una derrota para todos y que, además, suele generar más violencia.

En las mismas palabras, desde la ventana de la Plaza de san Pedro, el Papa ha querido tener muy presentes a los 127 mártires, sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos, asesinados por odio a la fe durante la violenta persecución religiosa de los años 30 en España y que fueron beatificados este sábado en Córdoba. Frente al sinsentido del odio y la violencia, la fidelidad de estos testigos nos da fuerzas a todos y son luz especialmente para tantos cristianos perseguidos a día de hoy en tantas partes del mundo.

La fuerza de testimoniar con valentía el Evangelio da frutos evidentes, también y especialmente en los períodos de mayor oscuridad, porque como ha sucedido con el ejemplo de estos mártires, encarnan una visión de la historia cuya memoria bien podría convertirse en un lugar de evangelización dentro de un contexto tan secularizado como el nuestro.

Pareciera que el camino de los que siguen el Evangelio se torna en ocasiones desconcertante, sin embargo no falta nunca un resquicio por el que se cuela un rayo de luz. En medio de un mundo que llega a ensalzar la violencia, los testimonios de los mártires nos producen conmoción, pues en ellos está la cruz de Cristo vivida con amor; un amor que, de forma sobrehumana, es capaz de convertirse incluso en perdón hacia los propios asesinos.