Este domingo se produjo la apertura del juicio al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, acusado de fraude, abuso de confianza y corrupción. La primera vista no tardó en suspenderse, apenas los abogados pidieron más tiempo para estudiar las pruebas de la acusación, con lo cual Netanyahu, que se declara inocente, podrá continuar con el ejercicio del poder, que desde hace unos días comparte con el líder centrista Benny Gantz, después de tres elecciones en las que ambos quedaron prácticamente empatados. Más de tres años ha durado la instrucción del proceso, considerado por el acusado como una “caza de brujas”, por los regalos recibidos de países extranjeros y supuestos favores concedidos a medios de comunicación amigos. No obstante, el juicio apenas suscita el interés de la opinión pública.

Lo que preocupa a la comunidad internacional es la promesa del líder del Likud de anexionar buena parte de los territorios palestinos, colonizados a lo largo de los últimos años en contra de los ya olvidados Acuerdos de Oslo. Esta medida está avalada por Estados Unidos en el marco de un Plan de Paz propuesto Donald Trump que ya es papel mojado. Rechazada por los palestinos, por los países árabes y por Europa, con la inquietud añadida de la Santa Sede, la anexión prometida amenaza con dinamitar las negociaciones de paz y la posibilidad de convivencia en el marco de los dos Estados promovidos por las Naciones Unidas. La ruta de una nueva escalada de tensión en el Cercano Oriente está ya marcada.