El parlamento británico está cerrado desde hace algunas horas y la última resolución aprobada por los diputados exige a Boris Johnson que llegue a un acuerdo con la Unión Europea antes del 31 de octubre o que pida un aplazamiento para impedir un Brexit duro. La tensión entre el poder Ejecutivo y el poder Legislativo ha llegado a su punto más alto en mucho tiempo en una de las cunas de la democracia. Es una crisis que desvela hasta qué punto la evidencia del valor de la democracia representativa es cada vez menos clara.

Johnson dice actuar en nombre de un mandato popular para salir de Europa, expresado en el referéndum en el que, por muy estrecho margen, ganó el Brexit. El primer ministro no ha actuado contra la ley pero la ha llevado al límite, ha hecho lo que en terminología anglosajona se llama “juego duro”. El Parlamento, por su parte, se revindica como representante de la soberanía popular porque así lo establece la Constitución no escrita del país.

Desde su origen la democracia se ha basado en un proceso deliberativo llevado a cabo por los representantes legítimamente elegidos. La deliberación parlamentaria es expresión de la conversación nacional que requiere un país para tomar una decisión. Con el tiempo, este sistema se fue perfeccionando. El sistema deliberativo se completó con mayorías reforzadas, con Tribunales Constitucionales, con limitaciones al Gobierno por decreto o con protecciones a las minorías. El sistema democrático no es solo, ni fundamentalmente, un sistema de mayorías directas.