La presentación pública esta tarde de la Memoria de Actividades de la Iglesia Católica pone en evidencia la riqueza y pluralidad de formas con las que la comunidad cristiana contribuye al desarrollo integral de las personas y de la sociedad. En un momento en el que prima el silencio sobre la vida real de la Iglesia, o cuando los focos de la atención pública se centran en lo escandaloso y extravagante, convendría hacer un ejercicio de realismo sobre la realidad de la Iglesia en España. La credibilidad de la Iglesia se sostiene en la coherencia con la que, cada día, desde los más diversos rincones de nuestra geografía, lleva a la práctica lo que predica.

Aunque en este momento de dura crisis económica los datos de la dimensión social son muy elocuentes, convendría no olvidar otras dimensiones de su servicio como la celebración de los sacramentos, la educación y la cultura. En España hay 2.564 centros católicos que dan clase a más de millón y medio de alumnos. Los 2.433 centros católicos concertados ahorran al estado 3.722 millones de euros. Son 435 centros de educación especial con 11.450 alumnos. Aunque los números no son indicadores suficientes a la hora de presentar lo que hace la Iglesia, sí resultan elocuentes: los sacerdotes dedican 30 millones de horas al año en las parroquias a la administración de los sacramentos, la pastoral, visitas a los enfermos y despacho parroquial. Un capital social que vertebra nuestra ciudad común, que se reparte sin distinción de personas y por el que debemos estar agradecidos.