Con el epicentro de la pandemia ahora en Latinoamérica, Brasil se ha convertido en el ojo del huracán. Es el segundo país en contagios y el cuarto del mundo en número de fallecidos. Según las cifras oficiales, ya son cerca de medio millón los contagiados y cerca de 30.000 los muertos, aunque se teme que las cifras podrían ser mucho mayores. Solo en Sao Paulo se han contabilizado 8000 muertos y más de 100.000 infectados, pero todos los datos hay que ponerlos en cuarentena.

En medio de la tragedia el Presidente Bolsonaro, con varios frentes judiciales abiertos, se pasea a caballo entre la muchedumbre, sin respetar la distancia social y lanzando mensajes incendiarios a la población. El avance del coronavirus tampoco está deteniendo a los manifestantes, especialmente los contrarios al Gobierno, que este fin de semana volvieron a llenar las calles de las principales ciudades. La relevancia geopolítica de Brasil es indiscutible. La situación de inestabilidad que padece, agravada en los dos últimos años por el populismo de Bolsonaro, se hace insoportable. Brasil es un país con una gran parte de su población empobrecida, lastrado por la corrupción institucional y con la reputación de la clase política por los suelos.

La crisis sanitaria, en lugar de convertirse en una oportunidad para el cambio, puede tener consecuencias económicas y sociales terribles para una población hastiada y dividida que, aun de forma irresponsable, está clamando en la calle que ya no aguanta más.