Al día siguiente al recibimiento del preso Oriol Junqueras en el Parlamento de Cataluña, Quim Torra ha consumado la ruptura dentro de las fuerzas independentistas anunciando que esta anómala legislatura catalana no tiene más recorrido. Convocará elecciones en Cataluña, aunque sin precisar la fecha, tras la aprobación de los Presupuestos. Torra prolonga la agonía y vuelve a jugar al escondite, a través de una declaración institucional cargada de falsedades y demagogia, como por ejemplo al hablar de “golpe de Estado del 155”.

Aunque el anuncio de unos nuevos comicios pretenda dar la impresión de normalidad institucional, pone en evidencia lo anómalo de una situación instalada en la permanente provocación al Estado de Derecho. Parece claro que el independentismo necesita tiempo para reconfigurarse y clarificar cuál será el partido que sale beneficiado de este proceso; Esquerra Republicana quiere llegar por fin a la Presidencia de la Generalitat pero los herederos de Convergencia, con el fugado Puigdemont a la cabeza, no han dicho su última palabra. Unos y otros alentarán la retórica del victimismo y se intercambiarán acusaciones de traición a la causa. Al fin y al cabo, aunque les une la independencia les separa la ambición de poder.

Lo incomprensible es que el presidente Sánchez mantenga su reunión del 6 de febrero con un Torra inhabilitado jurídica, política y moralmente. En el trasfondo está su agenda oculta con Esquerra, un laberinto en el que puede perderse, y arrastrar con él al propio Estado de derecho.