Línea editorial: "Etiopía: La agonía de un país"

Madrid - Publicado el - Actualizado
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Etiopía es uno de esos lugares de la geografía del dolor, tantas veces ocultos a la tiranía de la opinión pública. Después de una tregua de cinco meses, que siguió a casi dos años de guerra civil, a finales de este mes de agosto se han vuelto a desatar las hostilidades en el país africano, con el dramático resultado de 60 víctimas mortales y más de 20.000 personas desplazadas a causa de la violencia que ha estallado en la región de Oromia, la más poblada del país, entre las fuerzas progubernamentales y los llamados rebeldes de Tigray.
Los obispos etíopes han sido, una vez más, muy claros y valientes en su mensaje. La guerra solo trae destrucción y miseria, y han invitado a todos los católicos a unirse en oración por la paz y la estabilidad del país, durante los cinco días del mes de Pagumen, el decimotercer mes del calendario etíope, que comenzó ayer domingo.
Como han dicho los prelados, hay que hacer todo lo posible por abandonar de una vez las armas, dar prioridad al diálogo y a aquellas opciones de paz que puedan poner al sufrimiento de los ciudadanos. Los obispos, que conocen bien la situación sobre el terreno, hablan de los miles de inocentes que sufren hambre, enfermedades y daños psicológicos; de aquellos que han sido desplazados de sus hogares y de una nación, sumida en una profunda crisis, que se debate bajo la presión del coste de la vida.
Es para ellos una auténtica cuestión de vida o muerte. Ni podemos ni debemos mirar para otro lado, aunque a veces nos cueste entender, incluso en un mundo hiperconectado, que nada de lo humano nos es ajeno y que, de estos rostros concretos, de estos hermanos con nombres y apellidos que tanto sufren, habla también el Papa Francisco cuando nos pide que no seamos cómplices de la cultura del descarte y de la indiferencia.



