La gran contribución de la Iglesia a la democracia
La Iglesia tiene una gran aportación que hacer en este terreno, con la responsabilidad de ayudar a generar “demos”, pueblo, frente al individualismo que vivimos

Madrid - Publicado el
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El Arzobispo de Valladolid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Argüello, ha concedido una entrevista al diario ABC donde repasa los tres años que lleva al frente de la diócesis castellana y aborda algunas cuestiones relevantes de actualidad sociopolítica.
El Presidente de la Conferencia Episcopal Española ha hablado de “Programa 2033”, enmarcado en lo que es la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, que trata de la dignidad humana por un lado y en el bien común por otro.
En el primer caso, en lo que respecta a la transmisión de la vida, se nos presenta el denominado “problema demográfico”, que tiene dos caras: el crecimiento vegetativo y los movimientos migratorios, dos asuntos que difícilmente se pueden separar. Y, por otro lado, el bien común, que entronca de lleno con la salud de las democracias.
La Iglesia tiene una gran aportación que hacer en este terreno, con la responsabilidad de ayudar a generar “demos”, pueblo, frente al individualismo que vivimos, propio del diseño antropológico de la modernidad tardía.
Por otro lado, que el presidente del Gobierno de España haya pedido perdón siempre es un hecho valioso, pero como afirma monseñor Argüello hay una dimensión institucional que precisa ser abordada y que debe ser coherente con la misma petición de perdón. Y, sobre todo, hay que buscar salida a una situación de bloqueo.
Esto pide una salida y en democracia pareciera que la salida más evidente es dar voz a los propios ciudadanos. Al mismo tiempo, que nuestra situación interna sea así de preocupante, no puede servir de argumento para no ocuparnos o no decir una palabra clara sobre lo que está pasando en otros lugares y que, como sucede en Gaza, es una intolerable tragedia humanitaria.
Nada de lo humano debe sernos ajeno y eso implica gritar un sí a la vida, con todas sus consecuencias. No hacerlo no solo sería una enorme incoherencia, sino que supondría romper con lo que significa la misma “catolicidad”.



