Miles de cristianos de Irak celebran por primera vez en años la Semana Santa en sus casas e iglesias, de donde fueron expulsados por el Daesh. Han quedado diezmados, y a lugares como Mosul, pasará mucho tiempo antes de que puedan regresar, porque sus casas les han sido arrebatadas y las traiciones de antiguos vecinos musulmanes necesitan todavía tiempo para cicatrizar. En la llanura de Nínive, sin embargo, los pueblos y aldeas vuelven a la vida, y la esperanza de la Resurrección que se celebra en este Domingo de Pascua es especialmente tangible este año.

El patriarca Louis Sako, líder de los católicos iraquíes, dice en su mensaje de Semana Santa que los cristianos de este país se han visto confrontados en sus tragedias personales y colectivas con la misma pregunta que dirigió Jesús a Marta, antes de resucitar a su hermano Lázaro: «¿Crees?». Si la respuesta es sí, añade, la actitud debe ser «perdonar y pasar página» para «unirnos y colaborar con las personas de toda religión, raza y color» en la construcción de un país en paz donde se respeten los derechos de todos. El primer cambio es dejar que el amor de Dios penetre en nuestros corazones, algo que tiene importantes consecuencias sociales. «Hemos visto –añade el patriarca– a huérfanos, viudas, personas sin hogar y ancianos capaces de superar su dolor porque alguien sintió su dolor, les amó y les dio una esperanza». No son utopías ni palabras bonitas, sino una realidad que, aun en medio de sus muchas dificultades, están palpando los cristianos de Irak.