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China, a treinta años-luz de Tiananmen

Se cumplen treinta años de la masacre en Pekín, que el régimen comunista intenta borrar de la Historia con censura, represión y crecimiento económico

China, a treinta años-luz de Tiananmen

 PABLO M. DÍEZ

@PabloDiez_ABC

Corresponsal en Asia

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 10:24

Hoy se cumplen treinta años de la masacre de Tiananmen, con la que el Ejército chino sofocó a tiros las multitudinarias protestas que reclamaban más libertad en aquella convulsa “Primavera de Pekín”. Gracias al auge que ha traído su extraordinario crecimiento económico, la China de hoy se encuentra a treinta años-luz de aquel revuelto 1989 que veía tambalearse los regímenes comunistas en la Europa del Este. En los estertores de la Guerra Fría, el soplo de aire fresco que suponía la “Perestroika” de Gorbachov en la Unión Soviética también había traído aires de libertad a China, que empezaba a abrirse al mundo tras la muerte de Mao en 1976.

Con una generación educada en la crítica a las atrocidades de la “Revolución Cultural” (1966-1976), las manifestaciones empezaron el 15 de abril tras la muerte de Hu Yaobang, exsecretario general del Partido Comunista purgado por reformista y muy popular entre los jóvenes. Aprovechando los homenajes a su figura, los universitarios de Pekín se echaron a las calles para criticar a los dirigentes del régimen. En medio de una corrupción rampante y una inflación disparada por la fallida reforma de los precios, las protestas prendieron pronto al resto de la sociedad, desde las fábricas hasta incluso los medios estatales de la propaganda. Concentrados en la plaza de Tiananmen, el corazón de Pekín junto a la Ciudad Prohibida, cientos de miles de personas acamparon en medio de un ambiente festivo y pacífico con la esperanza de que hubiera un cambio en China.

Enarbolando la bandera del patriotismo, los manifestantes no pedían el fin del régimen comunista, sino una regeneración que permitiera más libertades sociales y acabar con la corrupción. Mostrando la diferencia que había surgido entre las dos Chinas, los osados pero ingenuos líderes estudiantiles se reunieron con los viejos jerarcas del Partido para entregarles una lista de reclamaciones políticas. En aquel entonces, muchos cuadros del Partido simpatizaban con los universitarios y compartían sus peticiones para seguir con la apertura social y económica de China. Pero un durísimo editorial del Diario del Pueblo, altavoz del Partido Comunista, los definió el 26 de abril como “contrarrevolucionarios” y las posturas se enquistaron.

Tras seis semanas de movilizaciones callejeras que se extendieron por las principales ciudades, el ala dura del Partido Comunista se impuso sobre la posición mantenida por el entonces secretario general Zhao Ziyang, quien incluso llegó a reunirse con los estudiantes y, con lágrimas en los ojos, les pidió que volvieran a sus casas para evitar un baño de sangre. Su talante dialogante le costó el cargo y un arresto domiciliario que se prolongó hasta su muerte en enero de 2005, ya que prevaleció la “mano dura” ordenada por el presidente Deng Xiaoping para disolver las concentraciones.

Sin ninguna experiencia como antidisturbios, los soldados del Ejército Popular de Liberación entraron a tiros y con tanques en la plaza de Tiananmen durante la noche del 3 de junio de 1989. Desatando una auténtica guerra urbana, los manifestantes intentaron impedirlo con barricadas montadas en las calles de alrededor, donde se registró el mayor número de víctimas. Todavía hoy, la cifra de fallecidos sigue siendo un misterio que oscila entre los 200 reconocidos en su día por el Gobierno hasta los 2.000 que anunciaron algunas agencias internacionales. Un pasado demasiado violento cuya alargada sombra se proyecta aún sobre el régimen chino, que intenta borrar la masacre de la Historia censurando toda referencia en los medios e internet y justificando la represión por el crecimiento económico que ha traído la estabilidad.

Pero el duelo de los familiares de las víctimas y la imagen del hombre plantado ante una columna de tanques en la avenida Chang An, auténtico icono de la lucha del individuo contra el poder represor de la dictadura, mantienen viva la memoria en una sociedad china anestesiada por la propaganda, la censura y el culto al dinero.

Como todos los años, la Policía se lleva de “vacaciones forzosas” o confina bajo arresto domiciliario a los disidentes y familiares de las víctimas, agrupados en torno a las “Madres de Tiananmen”, que han contabilizado 202 muertos pero estos días no pueden ir al cementerio a recordarlos.

“Sin la masacre, se habría producido una gran transformación y probablemente hoy tendríamos democracia en China”, reflexiona en Hong Kong Albert Ho, presidente de la Alianza en Apoyo a los Movimientos Patrióticos y Democráticos. Por su condición de antigua colonia británica y el principio de “un país, dos sistemas”, que estará vigente hasta 2047, Hong Kong disfruta de más libertades que el resto de China y es el único lugar donde se puede recordar Tiananmen. Además de un museo sobre la masacre, que se enfrenta a numerosas trabas burocráticas y ha cambiado ya cinco veces de ubicación, esta noche se celebra una vigilia en honor de las víctimas y una manifestación que promete ser multitudinaria.

“Nuestro objetivo es que se sepa la verdad y no se olvide lo que ocurrió, ya que el Partido Comunista está intentando borrar esta tragedia de la historia”, se propone Lee Cheuk-chan, vicepresidente de la Alianza. “Nunca olvidaremos lo que pasó hace 30 años, un tiempo de esperanza y luego de desesperación. Es toda una vida de lucha por la democracia contra un régimen autoritario que está empeorando con el presidente Xi Jinping, como se ve en la persecución de disidentes y la represión en Xinjiang y Tíbet”, denuncia en el Museo del 4 de Junio, que recibe entre 50 y 100 visitantes diarios desde su reapertura en abril. Hasta ahora, muchos de ellos eran chinos venidos de continente, pero en el futuro lo tendrán muy difícil porque las autoridades de Hong Kong, afines a Pekín, han impuesto la obligación de registrar a los visitantes con su nombre y carné de identidad. Todo con tal de que los chinos no sepan, u olviden, el “liu si (6-4)”, como se denomina en mandarín a la masacre del 4 de junio.

“Hay demasiados cadáveres en el armario y es muy arriesgado y desestabilizador. Lo mejor es el silencio y la ˝omertá˝, incluso aunque todos los dirigentes del Partido Comunista piensen en Tiananmen”, analiza Jean-Pierre Cabestan, profesor de la Universidad Baptista de Hong Kong. Como bien resume, “Tiananmen fue el principio de un cuestionamiento, incluyendo el del partido único dentro del propio régimen, y eso es exactamente lo que el presidente Xi Jinping quiere evitar”.

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