Siete personas fallecieron ayer, domingo 25 de agosto, en Inca (Mallorca) en un accidente áereo entre una avioneta y un helicóptero. Al margen de asuntos técnicos, hay dos asuntos humanos que ocupan un espacio considerable en esta tragedia.

El helicóptero había sido contratado por una familia a una empresa alemana con base en el aeródromo de Son Bonet. En él viajaba el piloto, italiano, y una familia alemana: un matrimonio y sus dos hijos, el mayor de 11 años y la pequeña de 7. Se dirigían a cenar a un restaurante con el fin de coronar la celebración del cumpleaños del padre, cuando ocurrió el accidente.

La avioneta despegó del aeródromo de Binissalem. En ella viajaba un piloto valenciano junto a un amigo. La esposa del fallecido presenció lo ocurrido desde el lugar donde habían despegado. "Su mujer lo ha visto desde el aeródromo de Binissalem; ha visto la humareda y me ha dicho que lo ha visto caer", manifestó ayer un amigo del piloto.

Sin embargo, la tragedia pudo haber sido mucho mayor ya que los restos del helicóptero, del modelo Bell 216, cayeron esparcidos sobre la finca Ca La Veritad y los del aparato ultraligero a unos cientos de metros de la citada posesión rural del municipio de Inca.

En los micrófonos de ‘Herrera en COPE’ ha hablado Antonia Angés, propietaria de una de las casas en las que cayó una de las aeronaves: “La avioneta cayó 200 metros más lejos, pero el helicóptero se ha ido desfragmentando desde mi casa hasta la del vecino de atrás. Yo tengo en mi jardín la puerta, la ventana, tornillos, el pasaporte, la ruta de vuelo…”.

La investigación para determinar las causas del siniestro está actualmente abierta, pero lo que está claro es que ha sido el accidente aéreo más grave de la historia de Mallorca.