Las atrocidades que están cometiendo los terroristas del Estado Islámico contra civiles y contra las minorías en Siria e Irak, plantean varias preguntas para las que la Comunidad Internacional no parece que tiene una respuesta clara. La primera es sobre el caldo de cultivo que ha hecho posible que se constituya este ejército terrorista, que tiene su raíz en el fundamentalismo político islamista, que manipula el discurso religioso con la ideología política del odio. En este sentido el mundo musulmán no puede abstenerse de ofrecer una respuesta clara a quienes considera que están traicionando los principios contenidos en el Corán.Pero la cuestión para las democracias occidentales es dónde radica el atractivo que esa forma terrible de ideología tiene para algunos jóvenes europeos, que han gozado de sus derechos y libertades y que se han formado en su tradición cultural. Esta nueva forma de “guerra santa” que está llevando a cabo el Estado Islámico está agudizando la parálisis moral que padece Occidente, que se expresa de forma alarmante a la hora de frenar a quienes atentan contra la dignidad de la persona y proponen un mundo marcado por la violencia y la imposición de ideas y de creencias. Ante este horror el mundo islámico tiene tareas importantes de clarificación y denuncia, pero occidente tiene por delante revivir su propia identidad. Todavía estamos a tiempo.