Vladimir Putin ha inaugurado su quinto mandato presidencial. Con la muerte de Navalni en prisión, sin libertad de prensa y sin fuerzas políticas de oposición, Putin se presenta como un líder eterno y todopoderoso empeñado en convertir a la Unión Europea y Estados Unidos en sus enemigos. La retórica militarista que ha usado en su toma de posesión al declarar ante el mundo que Rusia ganará la guerra en Ucrania, se ha visto acompañada por un ataque masivo con misiles y drones lanzado contra algunas de las infraestructuras eléctricas y térmicas básicas de los ucranianos. No hay duda, Rusia quiere ganar la guerra a toda costa, Putin lo ha dejado claro en su acto de toma de posesión y no parece que haya posibilidad alguna de alcanzar el más mínimo acuerdo.

Ucrania, por su parte, sigue empeñada en la promoción de la cumbre internacional que se celebrará a mediados del próximo mes de junio en Suiza y en la que, de momento, Rusia no va a participar. La lógica militarista de Putin solo parece contemplar la derrota final de Ucrania y su sometimiento al poder ruso. Y, sin embargo, tres años después de que el Kremlin ordenara el ataque contra Ucrania, este país y sus ciudadanos resisten. El precio que están pagando es altísimo. Si la cita internacional que en el mes de junio se desarrollará en Suiza puede servir para iniciar el camino que conduzca a una paz justa, ninguno de los esfuerzos internacionales que se hagan al respecto será en vano.