La cafetería especializada en churros en Madrid que solo contrata refugiados
Se llama Chirusa y está al lado del Parque del Retiro, además de hacer churros muy buenos, tiene detrás un propósito social muy bonito

Marcos Gilligan es el impulsor de Chirusa
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Marcos Gilligan es el dueño de una cafetería muy peculiar, situada en Madrid, al lado del monumental Parque del Retiro. Durante años, Marcos quiso iniciar un proyecto que tuviera un significado, un propósito. Por eso, alquiló un local cerca de su casa con la intención de crear un negocio que fuera una puerta para que los refugiados pudieran ganarse la vida.
El local era una antigua churrería, así que Marcos decidió mantener el modelo para que les fuera más fácil conseguir la licencia y poder empezar cuanto antes. La idea surgió por su ocupación anterior, Marcos se dedicaba al desarrollo de negocio internacional: “gran parte de ese trabajo lo he hecho en países en África y en Medio Oriente y quizás eso me ha llevado a despertar el interés, ver lo que hay detrás y empezar a dar oportunidades”. Marcos no tenía un plan de negocio concreto, “fue algo que surgió”, asegura, sabía que, como los refugiados tienen permisos para trabajar, era fácil contratarles y ayudarles, así que se lanzó a ello.
una vía hacia la adaptación
Además, Marcos intenta contratar a los que, por falta de formación, iban a tener un peor acceso a otros oficios. Mientras trabajan en Chirusa, pueden a su vez formarse en el idioma o en otras ocupaciones para poder prosperar.
Actualmente hay 5 refugiados trabajando en la cafetería: Mota, un refugiado palestino; Astou y Marem, senegalesas; Amparo, colombiana y Lisa, que es ucraniana. Desde que abrieron, han pasado por Chirusa 12 refugiados.
Marcos insiste en que lo mejor es poder tener visibilidad, una visibilidad que dice que ganan sobre todo gracias a las reseñas que tienen en Google. Allí, tienen muy buenas calificaciones que destacan principalmente la atención al cliente de los refugiados. Y es que Marcos está fascinado por su empatía y sus ganas de trabajar.
Marcos cuenta con orgullo la historia de Astou, una chica de Senegal que tiene una historia durísima. Fue rescatada en el mar de una patera a la deriva y llegó a la cafetería sin conocer el idioma y con mucho miedo. Con mucho tesón, su vida ha cambiado por completo y ahora es imposible borrarle la sonrisa de la cara.
Además, el ambiente entre ellos es inmejorable, algo que podría parecer sorprendente, puesto que cada uno llega de una cultura diferente, con un idioma diferente y con una religión diferente. “Lo único que comparten es que son refugiados” dice Gilligan. Aun así, entre ellos se ha desarrollado una solidaridad espontánea que les ayuda tambien a enriquecerse de la diversidad y a aprender sobre tradiciones y culturas diferentes.
Aun queda mucho trabajo por hacer para conseguir acoger lo mejor posible a los refugiados e inmigrantes, para que puedan integrarse y acabar con los prejuicios que, quien más y quien menos, seguimos teniendo hacia este colectivo.