Francisco, un niño gaditano de ocho años, pasa a la historia tras encontrar un objeto muy valioso mientras jugaba con la tierra
En noviembre de 1958, un hallazgo fortuito en una finca de Sanlúcar de Barrameda reveló uno de los tesoros arqueológicos más notables del sur de España oculto durante siglos bajo tierra
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El descubrimiento tuvo lugar en el cortijo de Ébora, ubicado entre Trebujena y la marisma del Guadalquivir, dentro del término municipal de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). El 23 de noviembre de 1958, mientras se roturaban tierras no cultivadas —en concreto, una zona destinada al descanso del ganado—, Francisco Bejarano Ruiz, un niño de tan solo ocho años, encontró una vasija repleta de joyas de oro. El hallazgo, completamente accidental, ocurrió apenas siete semanas después del famoso descubrimiento del tesoro de El Carambolo.
El cortijo, por entonces en manos de los señores de León Manjón, hijos de la condesa de Lebrija, había pertenecido siglos antes a los duques de Medina Sidonia, hasta que el IX duque, Gaspar Pérez de Guzmán y Gómez de Sandoval, perdió el señorío tras la sublevación andaluza de 1641 y fue obligado a vender las tierras por no poder pagar la multa impuesta.
El tesoro de Ébora: diademas, colgantes y piezas únicas
El conjunto de piezas encontrado, que fue depositado finalmente en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla en 1961, se puede dividir en tres fases de hallazgo. El primer lote, localizado por el niño, incluía 43 joyas de oro. Días después, aparecieron 20 piezas más y cinco de cornalina, que habían sido escondidas tras la venta clandestina del primer conjunto. Por último, durante la excavación arqueológica oficial en julio y agosto de 1959, se recuperaron otras 30 piezas pequeñas de oro y 38 de cornalina.
Tesoro de Ébora
Entre los objetos más valiosos destaca una gran diadema de oro decorada con rostros humanos, considerada una de las joyas maestras de la orfebrería antigua, comparable con las de Jávea o La Aliseda. También sobresalen dos colgantes con cadenas que probablemente formaban parte de un conjunto unido a la diadema. Las similitudes con joyas ibéricas como las de la Dama de Elche y la Dama de Ebusus confirman la sofisticación de estas piezas.
En 2019, más de 60 años después, unos caminantes hallaron por casualidad un nuevo colgante de oro, de forma esférica y exquisita decoración con filigrana y granulado. Fue restaurado y actualmente se conserva en el Museo de Cádiz.
Un yacimiento lleno de historia: desde la Edad del Hierro hasta la época musulmana
La importancia del yacimiento no se limita al tesoro. Las excavaciones revelaron una ocupación continua desde el Neo-eneolítico hasta la época moderna. Aunque los restos de la Edad del Bronce fueron escasos, durante la Edad del Hierro se estableció un poblado turdetano que perduró hasta la época romana. La zona era rica en agua potable y estaba estratégicamente ubicada, con acceso fluvial al Guadalquivir, lo que favoreció el desarrollo de un asentamiento activo y bien conectado.
Tesoro del Carambolo
Los arqueólogos identificaron objetos procedentes de diversas culturas: bronces griegos arcaicos, como una figura de delfín saltando sobre una ola —el primer bronce de este tipo hallado en excavación regular en España—, una torre de ajedrez musulmana del siglo XI en hueso o marfil, cerámica turdetana a torno, piezas de terra sigillata romana, objetos en piedra, vidrio, y hasta cuatro monedas que abarcan desde época cartaginesa hasta la era moderna.
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Un lugar en la tierra: Málaga
Aunque las construcciones del poblado original han desaparecido por completo, los arqueólogos manejan varias hipótesis: destrucción por fenómenos naturales, invasiones o reutilización de materiales en otros periodos. Lo que sí está claro es que Ébora fue un importante enclave indígena en la Baja Andalucía, con un papel clave en los intercambios culturales del suroeste peninsular.
Hoy, el Tesoro de Ébora sigue fascinando a arqueólogos y visitantes por igual, no solo por su belleza y riqueza material, sino también por el relato histórico que encierra, surgido del gesto inocente de un niño que, al jugar entre la tierra, sacó a la luz un pasado enterrado durante más de 2.500 años.