SANTORAL 2 AGOSTO

La santa madre cuyo hijo fue una luz potente en la Iglesia

Santa Juana de Aza se casó con el conde de Caleruega y tuvo varios hijos, llevando una vida ejemplar y caritativa

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Aunque la Fe es un don de Dios, pero también el elemento humano (el hombre) hace mucho en la cooperación a la obra de la Divina Providencia. Y el hombre, en su apertura, siempre puede ser un gran vehículo y cauce de la santidad. Recuerda la propia Sagrada Escritura en el Salmo que la Santidad es el adorno de tu casa. Eso le debió de pasar a Santa Juana de Aza, a quien recordamos en este día, a pocas jornadas de honrar a su hijo, fundador de los Dominicos.

Su nacimiento es en el siglo XII en un pequeño pueblecito burgalés llamado Aza donde se conserva la fortaleza-castillo donde nació nuestra santa y cuya ubicación se encuentra entre Aranda de Duero y Peñafiel, éste último de la Provincia de Valladolid. Es desposada con Don Félix, gobernador en el municipio también burgalés de Caleruega, donde ya vivirá el matrimonioTuvo varios hijos. Algunos de ellos apoyaron la causa dominica con el tiempo.

Pero Juana quería tener más descendencia. Cerca de allí está el Monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos. En una escapada desde Caleruega, Juana se queda una tarde en profunda oración. Sus ruegos son escuchados porque ve al Santo que le consuela en una visión diciéndole que tendrá otro hijo, que dará mucho que hablar en el seno de la Iglesia. Por eso, cuando le conciba y le dé a luz le pondrán por nombre Domingo en gratitud al Santo Abad de Silos.

No había terminado de asimilar esa vivencia de madre, cuando, poco tiempo después, tiene una nueva visión reveladora y profética. En ella, se le muestra un perro que tiene una antorcha en el hocico. La explicación que le da una voz es que le había dicho Santo Domingo de Silos que daría de qué hablar en la Iglesia, porque sería igual que el perro, animal fiel que custodia el rebaño, y su luz se extendería por todo el orbe, en alusión a la Orden de Predicadores, carisma que fundaría. El resto de la vida de Juana de Aza se puede resumir en su ejemplaridad, con un desprendimiento de cuanto tiene para darlo a los necesitados. Muere a comienzos del siglo XIII.

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