Pentecostés: La brisa del Espíritu en la Iglesia

Jesús Luis Sacristán García

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Cada vez que terminamos algo en el punto de vista humano es como vuelta a la normalidad y lo cotidiano. Pasan los días especiales y llegan las jornadas habituales. En el caso de las cosas de Dios, es una revitalización de lo que ya hemos vivido cuando llega la conclusión de una celebración. Es lo que pasa en esta Pascua del Pentecostés. 

San Lucas, evangelista, y autor también de los Hechos de los Apóstoles recuerda cómo este día se encontraban los Once en oración perseverante unidos a María. Y, de pronto, sonó como el ruido de un viento recio y era la Venida del Espíritu Santo prometida por el Señor antes de ascender al Cielo. El Espíritu Santo tomó la forma de llamaradas de fuego en alusión al amor de Dios que abrasa el corazón de quien le acoge y les dio el don de hablar lenguas diversas.

Es la antítesis de Babel que es división de lenguas y en Pentecostés el Espíritu unifica a todos para que sean bien entendidos. Entonces Pedro y los demás acuden a la plaza para evocar a Jesús de Nazareth Hombre acreditado por Dios en obras y palabras, que murió, pero Resucitó al tercer día. El origen de Pentecostés hay que mirarlo en el Antiguo Testamento donde el pueblo de Israel, siguiendo lo que el Señor dice a Moisés en el Deuteronomio, celebra fiesta de las semanas que son 49 días -7 por cada día de la semana- por la cosecha recogida con especial incidencia el día cincuenta que se añade.

De hecho los israelitas reciben la Ley Divina el día cincuenta después de su salida de Egipto. La Venida del Espíritu Santo supone el Nacimiento de la Iglesia de Cristo. De esta forma culmina el Tiempo Pascual y mañana se retoma el Tiempo Ordinario que se vio interrumpido con la Cuaresma el pasado 6 de marzo. Y en esta Jornada se vivi también la Jornada del Apostolado Seglar y el Día de la Acción Católica.

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