
Madrid - Publicado el
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Una de las notas del Adviento es la profundización en la oración y la vigilancia al Dios que viene. Hoy celebramos a San Mauro que siempre se mantuvo en la vigilancia propia de un místico contemplativo. Nacido hacia el siglo VI en Italia, vive un ambiente donde no hay persecución, pero la relajación de costumbres hace necesario el testimonio.
Desde pequeño es llevado al Monacato de San Benito. Allí será apadrinado por el Santo. Ya desde entonces mostraba esa inclinación a la reflexión y la oración. Durante todo este periodo se ejercita en la obediencia, la oración, el estudio y el trabajo cotidiano.
Siempre huyó de la fama. Por eso se ganó más el respeto de todos los que le conocían porque era un hombre sencillo y fiel a Dios. Uno de los milagros que se relatan de él fue que cierto días un novicio se estaba ahogando. San Benito le pidió ayuda para rescatarlo.
El joven Mauro se dispuso a hacerlo y según iba hacia el novicio se daba cuenta que caminaba sobre las aguas. Y logró lo que se había propuesto. Pero no quiso recordarlo mucho. Simplemente dijo que todo había sido sin duda la Providencia. Él había sido solamente un instrumento. Enviado a Francia a fundar conventos benedictinos, lo llevó a cabo con mucho esmero.
En ese Convento fue un gran maestro de novicios y un gran ejemplo de consagración al Señor y de servicio a los demás. Por todo eso creó una auténtica comunidad. La oración y la armonía entre los monjes se notaba como un Verdadero Don Divino. San Mauro muere en el propio país francés.





