Claves a tener en cuenta antes de casarse por la Iglesia

Casarse por la Iglesia no es cualquier cosa, va más allá de un contrato, de una celebración o un cambio de estado

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Juan se coloca la corbata que le aprieta en el cuello. Los gemelos que le ha regalado su padre están en su sitio, el chaqué también y los zapatos -ya ni se acuerda de los zapatos- siguen más o menos limpios. Tiene 27 años y aunque no sea consciente, es el día más importante de su vida. Está de pie en el altar de la Iglesia de el Espíritu Santo, huele a flores y a pesar de las miradas de todos sus amigos, compañeros de trabajo y de su familia, él mira fijamente la puerta, como si no hubiera nadie más.

María llega tarde, pero es lo previsto. Está nerviosa, muy nerviosa. Su padre lo sabe y le sonríe. Por eso le pide al conductor que pare un poco antes de la iglesia donde su hija va a recibir el sacramento del matrimonio. Charla un rato con ella, le hace alguna broma y por fin sale del coche después de besar su mejilla. María sale, se coloca el vestido y afronta ese largo pasillo que se va a hacer eterno, no escucha ni la música, ni a la gente, ni los flashes de las fotografías. Solo ve a su futuro esposo al fondo del pasillo. Van a casarse.

Es un verbo que aún hoy, a pesar de que el número de personas que apuestan por el matrimonio esté cayendo en picado, impone. Además el número nunca será tan importante como la calidad. Dar el paso no es una obligación -obviamente-, es una vocación y también una elección. Casarse no es cualquier cosa, y el matrimonio por la Iglesia quiere ser algo más que solamente un evento bonito o una celebración. Cada persona es un mundo, cada pareja un universo; y por supuesto que el matrimonio tiene muchos matices, pero aquí quieren ilustrarse algunas claves que pueden ayudar:

Algo más que un contrato

Para ser exactos, es un sacramento. Es decir, que "fuerza que brota" del mismo Jesucristo, acción del Espíritu Santo y parte de las obras maestras de Dios". No está nada mal para empezar. Esto se puede traducir a que eso que vamos a hacer en esa iglesia tan bien decorada, entre oraciones preciosas y canciones emocionantes, no va solo de eso ni de nosotros. Va de la novia, del novio... y de Dios.

Esta es la principal característica del matrimonio. Que no es un contrato, si no una unión que hace el mismo Dios. En nuestra sociedad existen muchos vínculos familiares, nuestro padre, nuestra madre, nuestros hermanos. Pero ninguno de estos vínculos lo elegimos nosotros. Por eso, el matrimonio es tan especial: es la oportunidad que se nos ha dado para elegir crear ese vínculo tan importante, con una persona que no es de nuestra familia.

"Hasta que la muerte nos separe..."

La segunda característica que hay que tener muy en cuenta -y no pongo las mayúsculas por respeto a la cultura visual del lector- y que se desprende de la primera, es que por tanto, el matrimonio, es una unión para toda la vida. Y esto son palabras mayores, más en la sociedad líquida en la que vivimos y donde la 'obsolescencia programada' va impreso en absolutamente todo lo que tenemos y hacemos: el móvil tiene unos años determinados de vida, la batería del ordenador se termina, los programas de televisión vienen y van, las series se cancelan como churros, la moda cambia de un mes para otro...

Pues en este mundo, es donde Dios quiere ofrecernos algo mucho mejor: algo para siempre, un amor que aspira a querer más y mejor, una unión que está por encima de nosotros. El día de tu boda escucharás que eres el marido o la mujer de la persona que tienes al lado hasta el día en que dejes este mundo. Y que tratarás de hacerla feliz hasta que llegue ese día... y la otra persona a ti. 

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¿Qué es el amor?

Además este matrimonio pretende estar fundamentado en el principio más importante: en el amor. Y no en el amor de las películas, del rosa y de las mariposas en el estómago. Si no en el amor de verdad, en ese que elige querer a la persona con todo, con su forma de sonreír, con sus ojos azules, con sus conversaciones tan interesantes, sus detalles... y también con todo eso que no es tan fácil de amar: su pasotismo, sus cambios de humor, su pronto, su dificultad para ayudar...

Es así, en el fondo, como queremos que nos quieran, porque ninguno somos perfectos, y que nos quieran -y que nos quieran mucho- a pesar de esos defectos contra los que no podemos luchar... pues es una satisfacción. Y para sentirse amado de esta manera, y ser capaz de amar de esa manera, es importante conocer al que más nos quiere del mundo -en definitiva conocer lo que es el amor de verdad, que ama sin límite-, conocernos a nosotros mismos y conocer a la otra persona.

Y esto es un trabajo arduo que no se resuelve en dos días. Es importante primero tener la voluntad de hacerlo. Conocer a Jesús, conocer lo que nos quiere, ser agradecido con lo que nos ha dado, tratar con Él, ir a visitarle... Hacer silencio para poder enfrentarnos a nuestra realidad, a nuestros problemas, a quiénes somos, qué nos pasa... y por supuesto, estar dispuesto a conocer a la otra persona, saber qué le ocurre, cómo es, qué siente ante esto o lo otro... Y para eso hay que hablar, dialogar, rezar... Sinónimos en el fondo de lo que implica tener una relación con la otra persona y con Dios.

Los frutos

Y si comprendemos lo que es el amor completo y real, ese que elige estar con la otra persona, que lucha por la relación, que no se aleja si no qu se acerca, que no destruye si no que construye, que arregla en vez de deshechar, que quiere hasta las últimas consecuencias... pues tendrá consecuencias. Desembocará en una cosa irremediable: los frutos. Como nos queremos tanto, esto implica una responsabilidad tan grande que quiere dar fruto. Y aunque no siempre es de la manera que uno quiere, es lo que completa ese amor que nos tiene Dios. Que es tan grande, que es capaz de crear vida.

Por eso el matrimonio cristiano está comprometido con la vida, dispuesto a tener hijos y dar la vida por ellos. No siempre es posible, y por ello es un don y un regalo, no un capricho o una fase de nuestra vida que nos "completará" o nos entretendrá durante un rato. Es una responsabilidad y también un sacrificio, sabiendo además que son libres e hijos de Dios por separado a que nosotros lo seamos. Dios no es su abuelo, si no también su Padre. Y si estos frutos no se dan por la situación que sea, Dios se encarga de que esa relación sea fructífera de otra manera.

Algunos trucos

Todo esto sobre el papel está muy bien, pero no quiere decir que sea nada fácil. de hecho, en eso consiste: no se trata de que yo me caso contigo porque así alcanzaré mi felicidad máxima y todo a partir de ahora será una aventura. No. Habrá momentos de felicidad infinita y de mucha alegría, pero también habrá dificultades, crisis y momentos duros. De esa forma el amor crece, madura y se hace más real.

Por tanto, para afrontar todo este proyecto tan apasionante hace falta echarle ganas y trabajar -como para cualquier otro proyecto- y asumir que no siempre será fácil. Por eso existen algunos 'trucos' y sobre todo formación, que la Iglesia o las personas que conforman la Iglesia, ofrecen para echar una manita.

Antes de casarse, no estaría de más tener en cuenta todos estos aspectos. Y haber hablado y discutido mucho -sí, discutido, que es muy bueno-. Hablar sobre quiénes somos, conocernos bien, saber quiénes somos, quiénes fuimos y que a lo largo de nuestra vida vamos a cambiar. Cuáles son nuestros puntos fuertes y cuáles los débiles... Conocernos es tener la oportunidad de querer al otro de verdad, no una imagen irreal o un ídolo que me he creado de la otra persona. Y eso se hace aceptando que la otra persona es distinta a mí, y que eso es bueno.

A parte de saber quiénes somos y quiénes fuimos, nunca está de más pensar en quién seremos. ¿Qué es lo que queremos para nuestro futuro? Educación de los hijos, dónde queremos vivir, cómo vamos a organizar las cenas familiares en Navidad, cómo vamos a gestionar el dinero, cuáles son nuestras prioridades... Cosas que pasan a ser importantes cuando uno quiere vivir 30, 40, 50 o 60 años con una persona -o los que Dios quiera-.

La clave

¿La clave? La clave es el diálogo: hablar de todo lo que se pueda aunque no tengamos ganas. Hablar, hablar y volver a hablar. Y si hace falta discutir, pues se discute -siempre de una forma sana, obviamente-. Y por supuesto, dentro de este diálogo, no podemos olvidarnos de que esta relación no es de dos, si no de tres. Que no depende de nuestras propias fuerzas, así que, que no se nos olvide 'dialogar' también con Dios.

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