La evidencia del prodigio

Hoy proponemos el libro Hojas de Otoño, de Miguel de Santiago. Un libro en prosa de tal calidad lírica que es pura poesía

José Manuel Suárez

Tiempo de lectura: 4’

Un libro entra primeramente por los ojos, sobre todo cuando tiene, como producto material, una alta exigencia estética. Así sucede con el último y hermosísimo libro de poesía de Miguel de Santiago, cuyo diseño, tipografía, citas e ilustraciones son un verdadero gozo de la vista. Quizá esta apreciación debería quedar para las últimas líneas pero siento la urgencia de decirlo al principio, pues de pocos libros puede decirse que los editores y responsables del diseño son casi tan autores como el autor mismo. Este es uno de esos libros. Vaya pronto mi enhorabuena a la editorial por tan hermoso logro.

Acabo de decir que Hojas de otoño es un hermosísimo libro de poesía. Y sin embargo es prosa. No es una paradoja pues esta prosa es de tal calidad lírica que es pura poesía. La prosa poética es todo un género literario, y el autor muestra su gusto por él en el preámbulo citando a los más grandes: Bécquer, Juan Ramón, Rosales, Muñoz Rojas. Pues bien, el autor los alcanza en este libro y aún los supera en algunos momentos.

Conozco la obra poética de Miguel de Santiago, que bastante silenciosamente ha sabido levantar, y muy en alto, una de las obras de poesía religiosa cimeras del presente. Por eso me atrevo a decir que, conociendo su obra, este es probablemente su mejor libro de poesía. Y siendo además prosa. Que sea prosa acerca el libro al lector, lo hace más asequible, pues la poesía suscita a veces un cierto rechazo, incluso en el lector culto.

Hojas de otoño es un puro mirar afuera y ver el mundo exterior, muy frecuentemente el mundo natural: el campo, los cultivos, la siega, la tarde, la niebla, la tormenta, el río… Y mil momentos más, que aquí se transfiguran en luminoso y purísimo oro espiritual. Lo dice el autor con plena conciencia del camino al que este libro invita y de la meta que propone: «He aquí una mirada personal sobre el mundo exterior, al que no se describe objetivamente, sino tratando de descubrir la metáfora existencial y su significado para el propio observador».

Cabe añadir que el observador ya no es solo el autor sino cuantos emprendemos la lectura del libro, pues Miguel de Santiago sabe contagiarnos el entusiasmo de sus vivencias en la naturaleza y las reflexiones que rebosan su corazón. Y no solo la naturaleza, también la persona, el amigo, el ciego, los niños, la soledad, el vivir y sufrir, el tiempo que nos arrastra y esculpe como cantos rodados…

En total son ochenta escenas o cuadros o miradas afuera, incluso momentos detenidos, pues la naturaleza se nos muestra muchas veces en su quietud; pero una quietud que viene velozmente hacia nosotros para hablarnos de su secreto misterio, del don que no cesa de ofrecérsenos y, para quien todo ve en altura, del Dios por quien todo es. Inevitable es el recuerdo de aquellos versos tan hermosos que el lector identifica de inmediato: «Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura…». Así es en este libro de Miguel de Santiago. Todo le habla de Dios, pasando antes por la persona que vive en esa naturaleza recreada en cada cuadro. Nos lo dice el autor en el preámbulo: «En cada una de las páginas, junto a la mirada objetiva, hay una vivencia sentimental y una reflexión desde el humanismo cristiano».

Acabo de decir que en este libro todo habla de Dios. Y sin embargo no se le nombra nunca. O casi nunca. Tampoco esto es una paradoja. Es una maravilla literaria y poética muy difícil de alcanzar. Otra más de este libro. El autor, para tener presente a Dios, no necesita estar refiriéndose a él a cada momento, como a veces nos pasa a algunos creyentes, que parece que necesitamos aludirlo a todas horas para que se note que lo tenemos presente. En realidad podría ser que fuera lo contrario: tanto más presente Dios cuanto menos lo manoseamos con nuestra palabrería. Antes que las palabras, por necesarias que sean, está la realidad que respiramos, que nos constituye y de la que vivimos.

También es una genialidad editorial que la colección que acoge este libro lleve por nombre “Manuales de oración”, siendo así que Dios parece estar ausente. Pero no, no lo está. Su aparente ausencia da su mayor presencia. El libro de poesía de Miguel de Santiago anterior a este se titulaba Contemplar para orar con la naturaleza. En Hojas de otoño alcanza su personal plenitud orante y contemplativa.

Cada estampa o cuadro, siempre en página izquierda, se estructura generalmente en tres partes que podrían describirse así: un inmediato ver afuera; un suspender la mirada abriendo las puertas del alma; finalmente, el acopio de la realidad para llevarla adentro. Será aquí dentro donde todo volverá a verse desde más luz. Este esquema se repite muchas veces, aunque no siempre, y en cada nueva escena adquiere matices nuevos y nuevas irisaciones luminosas.

Cuadros y escenas siempre en página izquierda. En página derecha se reproducen numerosas fotografías de paisajes muy hermosos, también pequeños momentos de humana intimidad como sorprendida en un instante: unas manos, un rostro, unos ojos fijos, reflexivos, un niño que hace elevarse al mundo con su globo… Sobre cada una de estas ilustraciones, ya de por sí expresivas, se imprime una cita bíblica que concentra en pocas líneas de gran sabiduría inspirada algunas intuiciones del autor en la página anterior. Lo decía al principio: una belleza de edición.

El libro comienza con un prólogo de Carmen Casado Linarejos, buena conocedora de la poesía de Miguel de Santiago. De ella está tomada la expresión que da título a estas líneas y que es el mejor resumen de su esencia y forma: la evidencia del prodigio. En las últimas páginas figuran cinco semblanzas hondas dedicadas a alguien a quien intuimos que el autor debe mucho de su ser y sentir. Su nombre solo figura en iniciales; de nuevo el luminoso silencio que tan presente está en este libro. Con algunas semblanzas más el autor tendría un libro nuevo y espléndido. Le animo a ello.

Y como la gran poesía, al modo de la luz, no puede describirse, invito al lector a entrar en estas páginas y ver por sí mismo. Recorrerá caminos por los que casi nunca vamos. Empiezan a la puerta de casa, basta dar el primer paso. Verdad, belleza, humanidad, trascendencia… Fe. Este mundo es mucho más que este mundo.


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