Los frutos de la higuera

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“Señor, déjala todavía este año” . (Lc 13, 8)

Señor Jesús, siempre me sorprenden esas parábolas tuyas que nos introducen en el mundo rural. Hoy resultan difíciles de comprender para una sociedad instalada en las ciudades. Pero reflejan el ambiente en el que vivían la mayor parte de tus oyentes.

La parábola de la higuera que no daba fruto debía de sugerir a tus discípulos la historia de su pueblo. De hecho, los profetas se habían referido a la suerte de Israel evocando la imagen de la higuera que da frutos sabrosos, pero puede ser talada por los enemigos.

Para las primeras comunidades, la higuera que no da fruto reflejaría sobre todo la vida y la actitud de los hermanos que se han desviado del camino de la fe y han dejado de producir los frutos que de ellos se esperaba.

En esos casos, muchas veces se ha pensado que lo más oportuno es considerar a esas personas como ajenas a la vida y al espíritu de la comunidad. Ellas mismas habrían olvidado la vocación que habían de compartir. En la práctica, habrían decidido vivir como extrañas.

Hoy pienso que la imagen de la higuera estéril puede reflejarme a mí. Temo que mi apariencia pueda ser engañosa para los demás. La abundancia de las hojas que han brotado en la primavera ofrece una sombra agradable en los días del verano.

Tú sabes mejor que yo si mis hermanos esperan de mí una cosecha de higos sabrosos. Pero temo que todo en mí sea apariencia. No hay fruto entre las hojas. El frescor de esa sombra puede ser decepcionante para quien espera mis frutos.

Señor Jesús, a pesar de nuestra presunción y de nuestro desaliento, tú presentas ante nuestros ojos el valor de la intercesión de los que nos conocen. Tú valoras la admirable paciencia de los que nos cuidan.

Y nos recuerdas que el dueño de la viña puede concedernos una nueva oportunidad para que demos los frutos que se esperan de nosotros. Los frutos que tú esperas de mí. Bendito seas, Señor. Amén


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