Un abrazo de Francisco bastó para que Consuelo renunciase a la eutanasia: "Gracias por salvarme la vida"

Consuelo vaga por Bogotá renqueante debido a una toxoplasmosis y con el rostro oculto después de que su expareja le atacara con ácido: con Francisco experimentó el amor verdadero

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La vida de Consuelo Córdoba nunca fue fácil. Sus padres la abandonaron durante la infancia, y no mantiene relación con su única hija. La colombiana trabajaba como estilista hasta que, en junio de 2001, su vida dio un vuelco después de que su expareja le quemara la cara con ácido. Un crimen por el que solo permaneció un mes en prisión tras comprar al juez que instruía el caso por 35 millones de pesos, según ha relatado la propia víctima.

“Mi expareja era hijo de un español. No le gustaban las negras, pero por lo visto mi belleza lo enloqueció. No tuvimos una pelea, simplemente me tiró el ácido cuando llegó a la casa. Al día siguiente llamó adonde yo estaba para preguntar si había amanecido muerta”, explicaba en las numerosas entrevistas que ha concedido a los medios de su país.

Consuelo solicitó en 2017 la eutanasia tras contagiarse de toxoplasmosis

Desde aquel fatídico mes de junio de 2001, a Consuelo es fácil reconocerla por las calles de Bogotá por la máscara con la que cubre su desfigurado rostro. Salvó la vida de aquel ataque, pero perdió su empleo y, a sus 63 años, vaga por las calles de la capital colombiana pidiendo limosna y haciendo frente a recurrentes depresiones.

“Tengo depresión desde hace años. Una vez intenté suicidarme colgándome a un faro y el vigilante lo evitó. No es la primera vez que entro en depresión”, aseveraba.


Pero su desgracia no quedó ahí, ya que un gato le transmitió toxoplasmosis cerebral, una infección que limitó su movilidad y le produce dolores extremos, lo que le llevó a solicitar la eutanasia para “terminar con este sufrimiento”. Logró todas las autorizaciones del país para practicar la eutanasia el 29 de septiembre de 2017.

Un abrazo del Papa Francisco bastó para volver a creer en la vida

Pero el Papa Francisco se interpuso en su camino para cambiar el destino de Consuelo. Fue durante el viaje que el Pontífice realizó a Colombia del 6 al 10 de septiembre de aquel año. Su intención inicial era recibir la bendición papal para morir en paz. Pero cuando los dos se fundieron en un abrazo, Consuelo volvió a la vida.

“Cuando lo abracé sentí como si fuese mi papá. Le mostré la carta que autorizaba mi eutanasia, pero me pidió que no lo hiciera y se me salieron las lágrimas. Me dijo que era muy valiente y muy fuerte, que siguiera viviendo”, recordaba la colombiana.

“Dios me dio una nueva vida, y gracias a ti, Francisco, estoy viva. Te amo desde el primer día que llegaste a Roma a ocupar ese lugar entre tantos que había de todas las partes del mundo, y tú te ganaste este premio. Te amo demasiado, gracias por salvarme la vida. No sabes cuánto te amo y cuánto te agradezco que hoy esté contando este testimonio”, proclamaba Consuelo en las conversaciones que mantenía con los medios a lo largo de estos años.

Oculta bajo una máscara y viviendo de la caridad: la vida hoy de Consuelo Córdoba

Aquel gesto de amor llevó a Consuelo a valorar su vida, pero el sufrimiento no ha cesado: los dolores provocados por la infección cerebral no han desaparecido. Su rostro sigue desfigurado pese a las más de ochenta cirugías a las que se ha sometido, y su situación económica continúa siendo muy precaria.

“Estoy cansada de la vida porque no me cambia en 23 años. Tener un techo, tener una vida mejor. Mucha gente colaboró pero la vida está muy dura y desde hace mucho no cambia nada”, lamentaba.

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