El Papa Francisco hace hincapié en el "deber de rezar para recibir el Espíritu Santo" en una audiencia marcada por la tragedia de Valencia
El acto ha estado presidido por una imagen de la Virgen de los Desamparados que los propios valencianos han regalado al Pontífice. Ha pedido oración por todas las víctimas y damnificados tras el paso de la DANA
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La Audiencia General que ha tenido lugar esta mañana en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, ha estado marcada por la oración que el Papa Francisco ha pedido por el pueblo de Valencia, el pueblo que "sufre bajo el agua" tras las inundaciones que trajeron consigo el paso de la DANA, el terrible temporal del que ahora se cumple una semana y que ya ha dejado, según los últimos datos, 218 fallecidos, 89 desaparecidos e innumerables pérdidas materiales.
La catequesis que ha pronunciado este miércoles ha versado sobre la acción santificadora del Espíritu Santo, algo que se expresa, en palabras del Pontífice argentino, "a través de la oración".
Nosotros oramos para recibir al Espíritu Santo, y recibimos al Espíritu Santo para que verdaderamente podamos orar"
"La acción santificadora del Espíritu Santo, además que en la Palabra de Dios y en los Sacramentos, se expresa en la oración, y es a ella a la que queremos dedicar la reflexión de hoy. El Espíritu Santo es al mismo tiempo sujeto y objeto de la oración cristiana. Es decir, Él es el que da la oración y Él es el que se nos da por la oración. Nosotros oramos para recibir al Espíritu Santo, y recibimos al Espíritu Santo para que verdaderamente podamos orar, es decir, como hijos de Dios, no como esclavos.
En primer lugar, debemos rezar para recibir el Espíritu Santo. A este respecto, hay una palabra muy precisa de Jesús en el Evangelio: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13). En el Nuevo Testamento vemos que el Espíritu Santo desciende siempre durante la oración. Desciende sobre Jesús en el bautismo en el Jordán, mientras que «estaba en oración» (Lc 3,21); y descendió sobre los discípulos en Pentecostés, mientras que «todos ellos perseveraban juntos en la oración» (Hechos 1,14).
El espíritu santo intercede para que sepamos orar como conviene
Es el único «poder» que tenemos sobre el Espíritu de Dios. En el monte Carmelo los falsos profetas de Baal se agitaban para invocar fuego del cielo sobre su sacrificio, pero no ocurrió nada; Elías oró y el fuego descendió y consumió el holocausto (cfr. 1 Re 18,20-38). La Iglesia sigue fielmente este ejemplo: siempre tiene en los labios la invocación «¡Ven!» cuando se dirige al Espíritu Santo. Lo hace sobre todo en la misa para que descienda como rocío y santifique el pan y el vino para el sacrificio eucarístico.
Pero también existe el otro aspecto, que es el más importante y alentador para nosotros: el Espíritu Santo es el que nos da la verdadera oración. «El Espíritu – dice San Pablo – nos ayuda en nuestra debilidad. Pues, nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables; y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios.» (Rm 8,26-27).
una audiencia presidida por la virgen de los desamparados, patrona de valencia
Es cierto, no sabemos rezar. La razón de esta debilidad en nuestra oración se expresaba en el pasado con una sola palabra, utilizada de tres formas distintas: como adjetivo, como sustantivo y como adverbio. Es fácil de recordar, incluso para los que no saben latín, y merece la pena tenerla presente, porque ella sola encierra todo un tratado. Nosotros, los seres humanos, decía aquel dicho, “mali, mala, male petimus”, que significa: siendo malos (mali), pedimos las cosas equivocadas (mala) y de la manera equivocada (male). Jesús dice: «Busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y se les darán también todas esas cosas por añadidura» (Mt 6,33); en cambio, nosotros buscamos en primer lugar “la añadidura”, es decir, nuestros intereses, y nos olvidamos totalmente de pedir el Reino de Dios.
El Espíritu Santo viene, sí, en auxilio de nuestra debilidad, pero hace algo mucho más importante aún: nos atestigua que somos hijos de Dios y pone en nuestros labios el grito: «¡Abba! ¡Padre!» (Rm 8,15; Gal 4,6). La oración cristiana no es el ser humano que habla con Dios al otro lado del teléfono, no, ¡es Dios que reza en nosotros! Rezamos a Dios a través de Dios.