El español que hizo reír a carcajadas a Juan Pablo II y recibió una carta del Papa durante su enfermedad de Parkinson: “El Circo Price entrando en San Pedro”
La historia de Diego Poole, el joven bilbaíno que hizo reír a san Juan Pablo II durante seis años: "Me marcó para siempre"

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"Querido Santo Padre: rece por mí. Me gustaría poder conocerle algún día". Esta fue la carta que, un niño bilbaíno de apenas 10 años, llamado Diego Poole, envió al Papa Juan Pablo II sin imaginar que, años después, no solo lo conocería, sino que llegaría a hacerlo reír como nadie. Actuaría ante él en seis ocasiones, protagonizaría las imágenes más divertidas del pontífice, y terminaría siendo conocido como “el payaso del Papa”.
Todo comenzó cuando tenía apenas 10 años: “Soy el número 11 de 14 hermanos. En casa siempre estaba haciendo el payaso. Un día, mi madre me hizo un disfraz y desde entonces no paré”. En su colegio en Bilbao, donde se fomentaban las artes escénicas, su hermano mayor fundó un grupo de payasos. Cuando él dejó de actuar, Diego tomó el relevo: “Actuábamos en cumpleaños, en comuniones... fuimos a la de Tamara Falcó, a la de Enrique Iglesias. Hasta nos dieron el Premio Nacional de Magia Cómica”.

En su etapa universitaria, Diego fue invitado a una peregrinación en Roma promovida por el Opus Dei. El Domingo de Resurrección, san Juan Pablo II recibía a los jóvenes participantes y a alguien se le ocurrió que Diego, con su experiencia como payaso, podía animar aquel encuentro: “El Papa quería descansar después de todas las celebraciones litúrgicas. Le encantaba estar con los jóvenes. Y a mí me propusieron actuar. El primer año hice un número muy básico de magia, pero el Papa se rio muchísimo, no me lo podía creer”.
Además, aquel primer encuentro tenía un trasfondo especial. Meses antes, Diego había participado en un viaje misionero a Polonia, donde un accidente de tráfico cobró la vida de uno de sus compañeros, Rafa, de solo 17 años: “Le escribimos una carta al Papa contándole lo ocurrido. Fue muy doloroso. Yo creo que le dijeron que yo era uno de esos chicos que estuvo en el accidente y, por eso, me miraba con una ternura especial”.
A partir de entonces, Diego regresaba a Roma con nuevas actuaciones, a veces acompañado por amigos como Felipe o Carlos Torrijos, un mago que se convirtió en compañero inseparable durante tres ediciones. Las escenografías llegaron a incluir desde cajas gigantes hasta tractores de jardín, todo transportado en furgonetas al Vaticano: “Parecía el Circo Price entrando en San Pedro”.

Con el tiempo, Diego no solo actuaba, sino que también llevaba consigo encargos personales: “Mis amigos y familiares me daban cartas, objetos religiosos, medallas… todo para que se lo entregara al Papa. Me convertí en una especie de cartero espiritual”.
Uno de los espectáculos más memorables fue en 1990: “El Papa lloraba de la risa. Literal. Un Guardia Suizo se me acercó después y me dijo: ‘No lo hagas reír tanto, temíamos por su salud’. Aquello fue lo más impactante que me han dicho jamás”.
Todas aquellas actuaciones las recuerda “como si fuera ayer. Estaba en el escenario, vestido de payaso, y veía al Papa reírse sin parar, con una risa limpia, auténtica… Era como si se olvidara de todo por un momento. Yo solo quería que se lo pasara bien, y ver que le llegaba de verdad… fue algo que me marcó para siempre. Nunca imaginé que ese niño que le escribió una carta acabaría haciéndole reír de esa manera”.
“Yo actuaba, sí, pero nadie me miraba a mí. Todos miraban al Papa. Querían ver su reacción, su risa. Y cuando él se reía, todos lo hacían”, recuerda.

Diego Poole gente
Poco antes de la muerte de san Juan Pablo II, cuando ya estaba enfermo, Diego le escribió otra carta. Adjuntó una copia de aquella que le había enviado de niño, en la que le pedía al Papa que rezara por él y que algún día pudiera conocerlo: “También le envié una foto de los dos, en la que él me cogía la mano. Me devolvió esa foto firmada por él y ya se notaba el temblor del Parkinson. Fue un gesto que, de verdad, me marcó para siempre”.

Para Diego, su vocación de payaso fue parte de algo más grande: “Siempre he pensado que la vida es como una actuación. Dios nos da un guion a cada uno, y si lo interpretamos bien, hacemos una obra maestra”. Hoy, aunque ya no actúa como antes, sigue regalando sonrisas en pequeñas reuniones familiares a sus sobrinos. Y guarda cada recuerdo con cariño: desde el disfraz hasta los vídeos en los que el Papa llora de la risa.
“Estoy convencido de que San Juan Pablo II me sigue mirando desde el cielo. Su risa fue un regalo. Y sigue regalando sonrisas desde lo alto”, concluye Diego.





