"Dios nunca pone su protagonismo en el pecado, sino en la grandeza y la misericordia divina": La meditación del Martes Santo

El obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos reflexiona sobre la traición de Judas y las negaciones de Pedro a Jesús, que son reflejo de nuestras propias traiciones

Fernando García Cadiñanos

Redacción Religión

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Un saludo de hermano y amigo. Hoy es Marte Santo. El Evangelio que proclamamos en las celebraciones de este día sigue introduciéndonos en algunas claves, escenas, personajes, acontecimientos que precedieron a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

Nos invita a penetrar en el corazón de la Última Cena. El texto de Juan nos presenta un momento de tensión dramático. Jesús, consciente de su inminente destino, revela a sus discípulos que uno de ellos lo traicionará.

La reacción es de confusión y angustia. Pedro, impulsivo y leal, insta al discípulo amado a preguntar quién es el traidor. La respuesta de Jesús, lo sabemos, es un gesto de entrega del pan a Judas que sella el destino último de éste.

A continuación, la escena toma como protagonista al propio Pedro. En esta ocasión, Jesús anuncia otra nueva traición en su círculo más íntimo, en su grupo de amigos con los que ha compartido y abierto su corazón. Siempre es así, como la misma.

Los que más cerca estamos somos los que más fallamos en el seguimiento. Jesús profetiza ahora la traición de Pedro. Sus próximas negaciones.

Antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces. Pero Pedro, orgulloso de sí mismo, no lo puede creer. Siempre me ha parecido muy interesante ver cómo Jesús, a lo largo de su historia de amistad con Pedro, ha ido moldeándole, transformándole, educándole.

Así es la amistad. En el trato nos vamos haciendo unos a otros y Jesús transformó profundamente el carácter de Pedro. En esta escena se nos presenta un nuevo intento que le va abriendo al descubrimiento de la hermosura de confiar en Dios.

Qué belleza que Jesús no deje de formar a Pedro hasta el último instante, como lo hace contigo y conmigo en el proceso de tu caminar de fe. El pasaje de hoy nos habla, por tanto, de dos personas, de dos amigos, de dos traiciones. Judas, con su acto de traición, nos recuerda la capacidad del ser humano para elegir el camino equivocado, para ceder a la ambición y al egoísmo, para, en su libertad, dar la espalda al amor de Cristo.

Pedro, con su negación, nos confronta con nuestros miedos y nuestra tendencia a negar la verdad. Cuando nos sentimos amenazados, nos sitúa en la fragilidad de la perseverancia en nuestra fe y seguimiento del Maestro. Bien podemos decir que el Martes Santo nos coloca frente al espejo de nuestras propias contradicciones.

Esta escena de la última cena, con Jesús anunciando la traición de Judas y las negaciones de Pedro, es un recordatorio doloroso de nuestra capacidad para la oscuridad. Judas, Pedro, nosotros mismos, todos somos capaces de fallar, de elegir el camino equivocado. Sin duda, a nuestro recuerdo pueden venir tantos momentos en los que también nosotros, en nuestra vida, hemos traicionado.

Hemos traicionado nuestra propia verdad, nuestras propias palabras, nuestra honestidad. Sin duda me diréis que vivimos en un mundo donde la traición y la negación son moneda corriente. No lo olvidemos, es el mundo que hacemos entre todos.

Por eso, el Evangelio hoy nos invita a examinar nuestras propias vidas, nuestra propia coherencia personal, tantas promesas rotas, tantas palabras hirientes, tantas veces que hemos priorizado nuestro egoísmo sobre el estar de los demás. Nos invita, en definitiva, a mirar de frente a nuestras negaciones esos momentos en que, por miedo o conveniencia, hemos callado la verdad, hemos negado nuestra esencia. Sin duda, cuántas veces hemos traicionado nuestros valores por conveniencia, cuántas veces hemos sido fieles a la palabra dada, a las amistades, a los compromisos adquiridos, a los valores que defendemos.

Es cierto que la palabra traición es dura y por eso no la utilizamos, la quitamos de nuestro vocabulario. Quizás preferimos nuevos eufemismos como debilidad, fallos, errores, pero ninguna de estas palabras recoge lo esencial que se encierra detrás del término original y de lo que verdaderamente acontece en la escena. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y de fidelidad que se ha visto frustrada, truncada, defraudada.

Por eso, el texto nos señala, como un precioso detalle, que cuando Judas salió, tras haber comido el bocado ofrecido por Jesús, era de noche. Sí, es de noche cuando damos la espalda a los hermanos y a Cristo. Nuestro mundo quizás vive en la oscuridad porque ha dado la espalda a Dios.

Nuestro mundo no brilla y no tiene esperanza porque prefiere desarrollarse al margen de su mensaje de fraternidad y de filiación. Y lo que sucede en nuestro mundo que percibimos al ver las dramáticas noticias que cada día nos duelen más, como las noticias de guerras, violencia y descarte de personas y de la casa común, también acontece en nuestra vida más personal y más comunitaria. Pero la traición de Judas y las negaciones de Pedro, reflejo de nuestras propias traiciones, no son hoy lo importante.

Dios nunca pone su protagonismo en el pecado, sino en la grandeza y la misericordia divina. Por eso lo fundamental es percibir de nuevo la propuesta de amistad entre Jesús y cada uno de nosotros. En este relato se nos presenta una propuesta de plenitud y la reflexión sobre nuestra propia debilidad.

Y es que el pasaje, lejos de hablarnos de traición y negación, nos habla por encima de todo de la fidelidad de Dios. Se trata de un texto cargado de la necesaria esperanza que tanto necesitamos en nuestro mundo, y que en este año jubilar se nos invita a actualizar. Lo que destaca, en medio de la oscuridad de la respuesta humana, es la luz de la inmensidad del amor de Jesús, que nos genera esperanza en medio de nuestros miedos.

Un amor que no se detiene ante la traición, ante la decepción, que no se rinde ante la fragilidad humana. Un amor que perdona, que espera, que tiende la mano incluso cuando no lo merecemos. El mensaje del Marte Santo resuena con fuerza.

El amor es más fuerte que la traición. El perdón más poderoso que el rencor. La esperanza siempre puede florecer en medio de la oscuridad.

Porque la historia de Pedro es una historia de esperanza. Nos recuerda que la debilidad humana no es un obstáculo para la redención. Incluso en nuestros momentos más oscuros, la misericordia de Dios está siempre disponible.

Vemos que puso su fragilidad en manos de Dios y aprendió a confiar en su bondad, en sus planes divinos, en sus modos de hacer. Pedro no estaba engañando a Jesús cuando le decía que iba a ser fiel hasta la muerte. Lo que sucedía es que confiaba casi exclusivamente en sus fuerzas.

Él se veía capaz. Pedro necesita todavía la humildad que proviene del conocimiento propio y sobre todo del conocimiento de Dios. Como nos recuerda el Papa Francisco, muchas veces pensamos que Dios se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad.

El maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. Tener fe en Dios incluye además creer que él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad, y nos enseña que en medio de las tormentas de la vida no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero él tiene siempre una mirada más amplia.

¡Feliz Martes Santo, acogiendo nuestra fragilidad y la fidelidad de Dios!