¿Cómo es la forma de vida de los contemplativos en un convento?: “No me falta nada sin tener nada"

Este domingo la Iglesia celebra la Jornada Pro Orantibus para dar a conocer la vida contemplativa. Algunos de ellos han compartido este viernes su experiencia en un coloquio

Tiempo de lectura: 4’

'La vida contemplativa: lámparas en el camino sinodal', es el lema de este año de la Jornada Pro Orantibus, que la Iglesia celebra este domingo, 12 de junio, con el objetivo de visibilizar la vida contemplativa que se lleva a cabo en monasterios y conventos.

Con motivo de esta jornada, este viernes se ha celebrado un coloquio online en el que han participado la hermana Clarisa Mª Nieves Ruiz; clarisa; Fr. José Luis Galiana, cisterciense; y la hermana Elsa Campa, carmelita descalza.

Los participantes, moderados por la periodista de COPE y TRECE Irene Pozo, han recordado cómo Dios les llamó a esta vida, así como las dificultades del día.



La historia de la clarisa Maria Nieves Ruiz Pinillos: "He renunciado a cosas"

La Hermana María Nieves siempre mantuvo despierto el deseo de amar y ser amada, aunque siempre identificó este sentimiento “con el sacramento del matrimonio”. Con 21 años, mientras estudiaba Derecho en la Universidad, se unió a un movimiento católico, con quienes pasaron un día en silencio y oración en el monasterio de las Clarisas. Allí ocurrió un hecho que todavía hoy no puede explicar.

“Fuimos al locutorio a saludar a las hermanas y vi a mujeres felices encerradas en cuatro paredes. Cuando les preguntamos por qué estaban contentas, nos contestaron que estaban enamoradas del Señor. Me impactó la respuesta”.

Luego, la Hermana María Nieves terminó la carrera, trabajó en un despacho de abogados, pero mantuvo la relación con las Clarisas. Sentía un gran vacío en su vida, tal y como ha relatado durante el coloquio: “El Señor me fue conquistando. Mantuve una experiencia de quince días con las hermanas en el monasterio, y luego dejé el despacho para entrar aquí”.

Un paso que sus padres no comprendieron en un primer momento, porque implicaba dejar atrás a la familia o su puesto de trabajo: “Retrasé un año mi entrada en el monasterio para que lo asumieran poco a poco. Me veían feliz y lo aceptaron”, recuerda.

25 años después de aquello, la monja de clausura ha ido ganando en felicidad, ya que Cristo es “lo único necesario en mi vida”, confiesa. No obstante, el día a día en el monasterio con la comunidad no es tan sencilla a veces.

“Te haces consciente de la fragilidad de la comunidad y de la mía. Pero esto es bueno para perdonar y ser perdonada”, explica. Asimismo, ha descubierto que el paso del tiempo lejos de ser un enemigo, “es un instrumento para amar más cada día al Señor. Esto hace que la conciencia que tengo, aunque lleve dolor y sacrificio, sea positivo porque nos da el bien del Señor”, ha continuado.

Preguntada si tiene la sensación de que su condición de hermana contemplativa le ha supuesto desconectar del mundo, asegura que no: “Nos visita mucha gente pero además las Clarisas están enamoradas de la humanidad, ofrecemos la vida por las personas que tienen un corazón como el nuestro, con ganas de felicidad. Las llevamos en nuestro corazón. Somos cooperadoras del mismo Dios. Nada más lejos de estar aisladas del mundo”, sostiene.

En cualquier caso, sí reconoce que tuvo que renunciar a mucho, “pero he ganado más. La vocación es el don más grande que Dios me ha dado”, ha agregado.

Fray José Luis Galiana Herrero: No me falta nada sin tener nada”

Desde pequeño, José Luis Galiana quiso ser cura, por lo que estudió en el Seminario. Sus padres y el sacerdote no se lo recomendaban por su corta edad, pero fue en aquellos años de seminarista cuando descubrió el monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos): “Fue un flechazo”, explica entre risas.

A su juicio, lo mejor y lo peor de la vida monástica “es la comunidad”, ya que es un proceso en el que se aprende que “en la comunidad no somos ángeles, sino humanos, cada uno con sus circunstancias y surgen roces. Con el tiempo se acepta. Evolucionas y aceptas tus pobrezas y la de los demás. Nadie es ángel ni demonio, sino personas de carne y hueso. Esto hace que en la vida comunitaria haya días mejores que otros”, subraya.

En cualquier caso y pese a estas discrepancias, siempre “trabajamos, comemos o rezamos juntos”. Además, opina que no se ha perdido nada del mundo exterior al monasterio: “Estoy saciado con lo que tengo, no necesito más. Cada uno tiene su ocupación. Cada uno elije. Supongo que los que rezamos muchos también trabajamos y comemos. No me falta nada sin tener nada”.

Elsa de la Campa, la carmelita descalza “enamorada” de su comunidad

A Elsa la llamada del Señor le vino en su etapa como profesora en un colegio de niños minusválidos: “Sentí una llamada especial, pero lo iba alrgando hasta que mi lucha cesó. Meses después me uní a las hermanas y seguí durante un año con la comunidad hasta que en verano de 1982 obtuve la entrada en el Carmelo y desde entonces estoy”, ha relatado durante el coloquio.

Sintió la llamada pese a que su familia “no es religiosa”, por lo que fue una sorpresa “mi decisión”. Tanto es así que su familia sufrió ante el paso que dio la Hermana Elsa de la Campa: “Lo aceptaron porque me veían feliz, y ellos lo estaban también”.

Cuarenta años después, se confiesa “enamorada de la vida en comunidad. El dia que me canse es que habré perdido la cabeza. La comunidad es donde se crece con las personas y las ves crecer a ellas. Madura tu vida de relación con Dios. Eso no quiere decir que no haya luchas o dificultades. Tenemos una vida de comunidad intensa, por lo que hay dificultades pero esto te ayuda a comprender tus límites y los límites de las demás. Si estás en tu lugar, es gozosa esa entrega”, ha manifestado.

Para la religiosa, la vida contemplativa no le da la sensación “de haber perdido algo”, aunque sí que “renuncias a ciertas cosas pero se te dan otras. Se te dan hermanas, una vida fraterna e intensa. Una vida dedicada al Señor y al mundo porque lo llevas contigo. Tengo sensación de plenitud”, apunta.

Religión