La estrecha relación que mantuvo Mariqui con Teresa de Calcuta y que le cambió la vida: "No paraba de llorar"

La gallega sufrió un accidente en su juventud que le desfiguró su cuerpo. Un viaje a Kenia hizo que cambiara su forma de pensar y entregar su vida a los más necesitados

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La vida de Rosario Dueñas dio un giro de 180 grados el 7 de junio de 1979, con veinte años, cuando sufrió un accidente que desfiguró su cuerpo y la obligó a permanecer en la unidad de quemados de A Coruña durante meses. A sus 62 años Mariqui, que así conocen a Rosario en su entorno, no recuerda aquella experiencia como algo traumático, pero sí muy duro.

“No era muy consciente de la magnitud de aquello”, reconoce en una entrevista a ‘Mater Mundi’ esta madrileña criada en Ourense, hasta donde sus padres se desplazaron por motivos de trabajo. Una de las consecuencias de su accidente, además de las secuelas físicas, es que tuvo que dejar de lado una de sus pasiones de infancia, la natación.



Tras la recuperación se trasladó a Londres, donde cursó los estudios. A su regreso a Galicia, todo era diferente. Mariqui sentía que no encontraba su lugar en el mundo. Y fue en aquel momento cuando su vida empezó a cambiar. Fue a raíz de que una amiga suya, que tenía una agencia de viajes, le propuso unas vacaciones en Mombasa (Kenia). Ambas emprendieron el viaje, previsto para tres semanas.

Sin embargo, Mariqui prolongó su estancia por tres meses, al comprobar cómo eran las entrañas del Tercer Mundo en un poblado de la zona: “Había unos hermanos claretianos que cogían a las chicas a la capital, en Nairobi, para hacer cursos de higiene, de nutrición, cuidar a bebés… cuando regresaban a sus aldeas eran agentes multiplicadores”, recordaba Rosario Dueñas.

Su experiencia en Kenia llevó a nuestra protagonista a escribir a una ONG de Roma solicitando ser voluntaria a tiempo completo y dedicar su vida a los pobres. Unos meses después, una vez regresó a sus clases de inglés en Galicia, la ONG la contestó y la envió a Filipinas.

“Allí me acogieron las Esclavas del Sagrado Corazón, donde mi cometido era dar clases de inglés a los universitarios. Transcurrió el tiempo y las postulantes de la congregación me ofrecieron a hacer apostolado con ellas y dije que sí. El primer día me llevaron a un hogar de la Madre Teresa de Calcuta”.

Allí, quedó impactada por “la cantidad de niños que se me subían llenos de mocos. Todo me pareció muy fuerte. Fue impresionante, yo lloraba y los niños se reían”. De esta manera, Mariqui comenzó a compartir su tiempo con las Esclavas del Sagrado Corazón y las misioneras de la Caridad (fundada por la Madre Teresa de Calcuta).

“Estaba con niños enfermos sin remedio o pequeños que las madres buscaban por las aldeas con malnutrición para recuperarles y, si se podía, se les devolvía a sus familias. Había chiquillos que, si sobrevivían y salían adelante con catorce años, se les trasladaban al pabellón de las mujeres o de los hombres. Eran niños abandonados sin hogar la mayoría”, comenta.

La experiencia de Mariqui con la Madre Teresa de Calcuta

En aquellos años fue cuando una de las hermanas de la congregación, Sister Francina, comentó a Rosario que la Madre Teresa de Calcuta acudía a Manila (capital de Filipinas). La distancia entre la ciudad en la que se encontraba Mariqui y Manila era de 16 horas en tren.

Una vez en Manila, la gallega tuvo la oportunidad de compartir siete minutos con Teresa de Calcuta, quien al verla le cogió sus manos: “Yo puse mis muñoncitos en las suyas”. Durante la conversación, Mariqui expresó a la religiosa de Calcuta su deseo de ser misionera de la Caridad: “Ella me miró las manos y me dijo ‘No puedes hacer el trabajo’ (con motivo de las secuelas que le dejó el accidente). Yo, con la congoja, no le pude decir que llevaba dos o tres años trabajando con las hermanas en la cocina, y no podía parar de llorar sobre su hombro”.

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Teresa de Calcuta, tratando de consolar a Rosario, le dijo que podía seguir sus pasos a través de la vida contemplativa, lo que no la convenció: “Cuando regresamos de Manila en el tren, todas eran felices excepto yo, que no paraba de llorar. Pero Sister Francina me comentaba que Teresa de Calcuta habría visto algo en mí y, si me había dicho vida contemplativa, que hiciera caso”.

Pero Mariqui no podía entenderlo y, sin resignarse, siguió adelante con las tareas más duras de la misión, como era la cocina: “Teníamos ollas grandísimas porque dábamos de comer a cientos de personas”.

Poco tiempo después, Rosario recibió una carta de la Madre Teresa, en la que ofrecía a la española desplazarse a Calcuta para comprobar si el Señor la estaba llamando para ser hija de la Caridad: “Estuve en Calcuta de septiembre de 1995 a septiembre de 1996. En Calcuta vi y oí, entendí lo que el Señor me estaba pidiendo”.

En la ciudad india, la Madre Teresa encomendó a Mariqui cuidar de los leprosos y, por las tardes, recibir a los voluntarios de todo el mundo que querían ayudar: “Recuerdo que Teresa de Calcuta estaba justo detrás de mí.A veces se giraba y me pellizcaba la cara haciéndome un daño brutal. Fue una experiencia preciosa con los leprosos”.

Durante su estancia en Calcuta, la religiosa hoy canonizada recomendó a Mariqui hacer unos ejercicios espirituales en silencio con un jesuita. Una experiencia nueva para ella: “Nunca había hecho ejercicios en silencio, y me impresionó la casa de los jesuitas a las afueras de Calcuta. Yo me quería ir la primera noche, pero el Señor siempre te abre una puerta. Al día siguiente me hice mi horario del retiro en silencio, había múltiples capillas y en una de ellas, en el silencio, oí al Señor lo que quería de mí. Me abrió los ojos el Señor y me acepté como era, quería pertenecer a las misioneras de la Caridad porque necesitaba sentirme acogida, querida pero el Señor me pedía ir por el mundo enseñando, dando testimonio de mi amor”.

Cuando regresó a Madrid, la Madre Teresa le comentó a Rosario Dueñas que ya estaba preparada. Desde 1999, reside en Madrid, donde ha trabajado con las misioneras de la Caridad y en Manos Unidas.

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