¡A por el Encuentro Nacional, chavales!

Las cofradías acercan a la Iglesia a millares de jóvenes ¿Alguien da más hoy en día?

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El octavo Encuentro Nacional de Jóvenes de Hermandades y Cofradías (JOHC) se va a celebrar en Valladolid el próximo año. O por lo menos eso se dice por tierras pucelanas, donde andamos sobrados de entusiasmo y convencidos de nuestras posibilidades. Requisitos no les faltan a los impulsores de la iniciativa: están respaldados por la Junta de Cofradías y por todas y cada una de las hermandades penitenciales (veinte) y de gloria de una ciudad que tiene el privilegio de disfrutar de una Semana Santa declarada de Interés turístico internacional, con unas tallas de Juan de Juni y de Gregorio Fernández que quitan el hipo en reposo y cortan la respiración cuando procesionan. Por si fuera poco, Valladolid presume de ser un centro gastronómico de primer orden, una urbe de gente acogedora, y la iniciativa cuenta con el aval expreso de sus obispos, don Ricardo Blázquez y don Luis Argüello y el apoyo incondicional de la Delegación Diocesana de Juventud.

Los promotores están empeñados en comprometer a empresarios y hosteleros, en implicar a sus hermanos de las dos medinas (del Campo y Rioseco), también con pasiones internacionales, y en apenas un mes han conseguido llenar tres autobuses para viajar en octubre a Alcira (Valencia), donde va a tener lugar el congreso de este año y donde la fumata resolverá si la nueva anfitriona será la ciudad del Pisuerga. Antes lo fueron Santander, Córdoba, Sevilla, Palencia…

Hay que ser vallisoletano para entender lo que supone ser cofrade en esta tierra. Para muchos de ellos es toda una forma de vida que dura todo el año. Su vinculación a la hermandad está tan arraigada como su devoción a la Virgen, sea bajo la advocación de las Angustias o de la de la Vera Cruz, y a Jesucristo, sea el Atado a la Columna o el Yacente. La tradición y la cultura, los sentimientos y la fe más profunda, las manifestaciones exteriores y la dimensión interior se entremezclan de una forma asombrosa.

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Lo cierto es que las cofradías acercan en la actualidad a la iglesia, a la fe, a más de un millar de jóvenes vallisoletanos, que el día de mañana serán cristianos adultos. La piedad es un modo de evangelización, la forma legítima en la que muchos fieles viven su vida teologal y, sin entrar a valorar si es la mejor o no, la Iglesia es cada vez más consciente –en Diócesis como la de Valladolid es un hecho– de la importancia y los valores que tiene la llamada “religiosidad popular” en relación con el anuncio de Jesucristo. Los datos son evidentes: los jóvenes cofrades vallisoletanos son cada vez más numerosos y están más comprometidos no solo con la Semana de Pasión, sino con los cultos y actividades sociocaritativas que celebran durante todo el año ¿Qué otra propuesta de iniciación cristiana consigue que el número de jóvenes que entran al templo a rezar aumente en la misma medida?

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La religiosidad o piedad popular es la expresión de la búsqueda de Dios y de la fe cristiana en cada pueblo de acuerdo con su idiosincrasia e historia. Surge de la apertura a la trascendencia y tiene una dimensión personal y otra comunitaria. Es cierto que tiene un lenguaje propio y que recurre con frecuencia a ritos, imágenes, signos visibles y gestos corpóreos, pero a través de ella, a través del memorial de la Pasión de Cristo en las calles, la fe entra en el corazón de muchos vallisoletanos.

¡¡A por el Encuentro Nacional, chavales!!

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