El que tenga sed, que venga a mí y beba

El que tenga sed, que venga a mí y beba

Agencia SIC

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Mons. Brau­lio Ro­drí­guez En los primeros pasos de este curso pastoral 2018-2019 quiero insistir en un punto, en mi opinión, sumamente importante: que llegue a nosotros la gracia y la fuerza de Cristo en la vida cotidiana donde vivimos la fe. De la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo nace para cada uno de nosotros una fuerza nueva que posibilita una comprensión más profunda de la fe; es una fuerza que nos capacita para experimentar el propio amor nuestro de caridad como auténtico río de agua viva que da la felicidad de Cristo.

ice el Salmo 64, 10-11: "La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales? riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos?" ¿Cuál es esa acequia? El profeta dice: "El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios". Y Jesús mismo en el Evangelio afirma: "El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: de sus entrañas manarán ríos de agua viva" (Jn 7,37-38). Como si dijera "el agua que yo le dé, se convertirá ella en manantial, cuyas aguas brotan para comunicar la vida eterna". Y también: "Quien cree en mí, brotarán de su seno torrentes de agua vida". "Dijo esto refiriéndose al Espíritu Santo, que habían de recibir los creyeran en Él" (Jn 7,39). Esta acequia de Dios va, pues, llena de agua. Y es que el Espíritu Santo nos inunda con sus dones y así, por esta obra suya, la acequia de Dios, brotando del manantial divino, derrama agua abundante sobre todos nosotros.

También se compara a la gracia y fortaleza de Dios con un manjar. ¿De qué manjar se trata? De aquel, sin duda, que ya en este mundo nos disponen para gozar de la comunión de Dios, por medio de la comunión el Cuerpo de Cristo, comunión que nos prepara también para tener nuestra parte en aquel lugar donde reina ya este Santísimo Cuerpo. Porque, en realidad, aunque ya estemos salvados por este alimento divino, con todo, él nos prepara también para la vida futura.

Por todo ello, para quienes hemos renacido ya por medio del santo Bautismo este alimento del Cuerpo y la Sangre de Cristo constituye nuestro mayor gozo, pues él nos aporta los primeros dones del Espíritu Santo, haciéndonos penetrar en la inteligencia de los misterios de la fe y en el conocimiento de las profecías; este alimento eucarístico nos hace también hablar con sabiduría, nos da la firmeza de la esperanza y nos sana. Estos dones nos van penetrando, y son como gotas de una lluvia fina que va cayendo poco a poco para que luego demos fruto abundante.

Imaginaos, queridos lectores, lo que pierde un cristiano cuando no participa en la Misa dominical, y se ha preparado convenientemente por el perdón de los pecados para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es una verdadera catástrofe en la fe no celebrar la Eucaristía en domingo y, además, un despropósito, por la incoherencia que supone ser discípulos de Jesús y no seguirle por falta de fuerzas, ya que no bebe de esa acequia que va llena de agua, ni recibe, como tierra seca, la lluvia que nos hacer dar fruto.

Termino con un apunte, tomado de nuestra Liturgia Hispano-Mozárabe. Antes de la comunión, el sacerdote levanta el Cuerpo y la Sangre de Cristo y, mostrándolos, dice: "Lo Santo para los santos". Esto es, los fieles ?los santos? se alimentan con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ?lo Santo? para crecer en comunión con el Espíritu Santo y comunicarla al mundo. Si esto no sucede, pues abandonamos la comunidad parroquial en domingo y no celebramos la Cena del Señor, ¿cómo no entender que haya tantos cristianos mediocres, raquíticos en la fe y a merced de cualquier embate contra su fe en Cristo Señor?

+ Brau­lio Ro­drí­guez Pla­za

Ar­zo­bis­po de To­le­do, Pri­ma­do de Es­pa­ña

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