Padeció y fue crucificado

Padeció y fue crucificado
Publicado el - Actualizado
3 min lectura
Mons. Alfoso Milián Proclamamos en el Credo: Creo en Jesucristo, que padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Cuesta creer que se crucificara a un hombre que predicaba el amor a Dios y al prójimo, que curaba a los enfermos y daba esperanza a los pobres y excluidos. O tal vez no, pues así de incoherentes somos a veces los seres humanos.
Jesús entró en conflicto con los dirigentes del pueblo por su crítica a la práctica farisaica de la Ley de Moisés, por sus curaciones en sábado, por el perdón que otorgaba a los pecadores y sobre todo por su pretensión de actuar en nombre de Dios, de hacer lo que había visto junto a su Padre.
Cuenta el Evangelio que los fariseos se aliaron con los partidarios de Herodes y los dirigentes del pueblo para acabar con él. Y con ello pretendían hacer un favor a todo el pueblo, evitando que los romanos reaccionaran como si Jesús fuera un agitador. Esta fue la conclusión a la que llegó el sumo sacerdote Caifás en una sesión del Sanedrín:
"¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación. ? Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera". Unos días después, el Sanedrín lo declaraba reo de muerte por blasfemo; había tenido la osadía de declararse Mesías, Hijo de Dios.
Pero Jesús no podía actuar de otro modo. Vino para manifestar a los hombres el verdadero rostro de Dios. La primera comunidad cristiana lo captó perfectamente y lo dejó escrito en el prólogo del evangelio de san Juan: "A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". Esta humanidad nuestra, que durante siglos había buscado a Dios entre las sombras, tenía por fin la posibilidad de conocer el rostro Dios viendo actuar a Jesús. Es de nuevo san Juan quien descubre, asombrado, el amor que Dios nos tiene, porque "tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él".
Las religiones han buscado aplacar a Dios con sacrificios, Jesús, en cambio, nos hace experimentar que es Dios quien se acerca a nosotros y sólo hace falta que nos dejemos regalar el don que nos hace en su Hijo. Su amor "hasta el extremo", hasta la muerte es el signo de un amor incondicionado que nos salva, nos hace libres y nos renueva, si nos atrevemos a aceptarlo.
El papa Benedicto XVI nos invita a "contemplar a Cristo en los misterios de su
pasión, muerte y resurrección. En ellos hallaréis ?dice? lo que supera toda sabiduría y conocimiento, es decir, el amor de Dios manifestado en Cristo. Aprended de Él, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Por eso hemos de abrazar y adorar la cruz del Señor".
Sigamos, pues, avanzando por el camino de conversión que iniciamos el
Miércoles de Ceniza.
Con mi afecto y bendición.
+ Alfonso Milián Sorribas
Obispo de Barbastro-Monzón