La misericordia de Dios con los pecadores

La misericordia de Dios con los pecadores

Agencia SIC

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Mons. Gerardo Melgar Queridos amigos:

a lectura del evangelio de este do­mingo nos sitúa ante una realidad que te­nemos la oportunidad de escuchar y de tomar conciencia especialmente durante la Cuaresma, porque se repite muchas veces en la palabra de Dios. Es la misericordia de Dios con los pecadores.

La palabra de Dios en Cuaresma nos recuerda repetidamente que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

Cristo, Palabra eterna del Padre, se ha encarnado y se ha hecho pre­sente entre nosotros para comuni­carnos la verdad más importante de Dios: su misericordia. Cristo se ha hecho presente entre nosotros para mostrar a los seres humanos el ver­dadero rostro de Dios. Nuestro Dios no es un Dios lejano y rencoroso, sino un padre misericordioso, el mejor de los padres que podamos pensar, que es capaz de compadecerse de las mi­serias humanas y de ofrecernos su misericordia y su perdón.

Le presentan una mujer que había sido sorprendida en flagrante adulte­rio. La Ley decía que a quien comete adulterio hay que apedrearle hasta que muera y le preguntan a Jesús: ¿Tú que dices?

Jesús, poniéndose siempre del lado del pecador, y sabiendo que no ha venido a este mundo para con­denarlo, sino para que el mundo se salve por Él, comienza a escribir en la tierra como si estuviera pensando. Luego se dirige a los que la habían traído y les va a hacer reconocer su propio pecado diciéndoles: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra" (Jn 8, 7). Vuelve a agacharse y sigue escribiendo en la tierra como para dejarles a ellos tiempo para que lo piensen y respondan. Después se vuelve a incorporar y va a la mu­jer que está allí de pie, sola con Él, porque todos sus acusadores habían ido desfilando y se había marchado. Y, viendo a la mujer sola con él, le pregunta: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha conde­nado? […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más" (Jn 8, 10-11).

Jesús, en este diálogo con la turba y con la mujer, nos ofrece una triple enseñanza:

Nuestro Dios es un Dios miseri­cordioso, lento a la ira y rico en per­dón, pero eso no quiere decir que la actitud nuestra sea lo que dice el dicho castellano: "Ancha es Casti­lla"; es decir, que aunque Dios sea un Dios de perdón y de misericor­dia que nos perdona, después del perdón tenemos que poner todo nuestro esfuerzo y todo lo que esté de nuestra parte para no volver a ofendernos. Pide de nosotros lo que Jesús añade al despedir a la mujer: "No peques más".

Tres actitudes que tendremos que recordar muchas veces y vivir con autenticidad en esta Cuaresma para acercarnos al sacramento del per­dón y que Dios nos perdone lo que haya en nosotros de pecado. Además tenemos que hacerlo con confianza porque estamos seguros de que Dios nos perdona, pero al mismo tiempo debemos hacer propósito de no vol­ver a ofender al Señor con nuestro pecado.

+ Gerardo Melgar

Obispo de Cádiz y Ceuta

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