Lumen Fidei (La Luz de la Fe): Primera Carta-Encíclica del Papa Francisco

Agencia SIC

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Mons. Manuel Ureña El día 29 del pasado mes de junio, solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, Su Santidad el papa Francisco firmaba en Roma, junto a San Pedro, la primera carta-encíclica del Pontificado. Versa ésta sobre la virtud teologal de la fe y vio la luz pública el pasado 5 de julio.

Su presentación oficial tuvo lugar aquel mismo día en el Aula Juan-Pablo II de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Y corrió a cargo de tres grandes personalidades vaticanas: el cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina; S. E. R., Mons. Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe; y S. E. R., Mons. Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización.

Partiendo de un "precioso trabajo" sobre el ser de la fe, que Su Santidad Benedicto XVI puso gentilmente a los pies del Santo Padre el Papa Francisco (cf LF 7), éste nos ofrece una carta-encíclica sobre la fe verdaderamente admirable.

Como dijo tan acertadamente el cardenal Marc Ouellet en el mismo acto de presentación de la Encíclica, al magisterio ordinario de Benedicto XVI sobre las virtudes teologales le faltaba el pilar de la fe. Este pilar, que Benedicto XVI habría entregado seguramente a la Iglesia al final del Año de la fe, el Papa Francisco nos lo ofrece anticipadamente en la carta-encíclica Lumen fidei.

Y es que, al decir de Ouellet, "la Providencia ha querido que la columna todavía no levantada fuera un don del papa emérito a su sucesor y, al mismo tiempo, un símbolo de unidad, pues, al asumir y completar la obra iniciada por su predecesor, el papa Francisco da testimonio con aquél de la unidad de la fe". Precisamente en esta segunda idea insistió después Mons. Müller, quien puso de relieve "la continuidad sustancial del mensaje del papa Francisco con el magisterio de Benedicto XVI".

Nos encontramos ante un texto de tamaño medio entre los de su género. Tiene 60 artículos y está integrado por cuatro capítulos, una introducción y una conclusión.

La introducción (cf LF 1-7) ilustra los motivos en los que se basa el documento, a saber, recuperar el carácter de luz propio de la fe, capaz de iluminar toda la existencia del hombre; y reavivar la percepción de la amplitud de los horizontes que la fe abre, para confesar ésta en la unidad y en la integridad.

En cuanto a los cuatro capítulos, que constituyen el cuerpo central de la Encíclica, el primero de ellos (cf LF 8-22), titulado "Hemos creído en el amor" (1 Jn 4, 16), manifiesta y explicita el objeto de la fe, el cual es el amor, el amor que Dios nos tiene, un amor que es el mismo Dios y su enviado Jesucristo. Dicho en síntesis, el objeto de la fe es Jesucristo, icono perfecto, expresión plena del amor y del ser del Padre. Y esto lo decimos en su doble sentido: en el sentido de que la persona divina de Jesucristo, realizada en las dos naturalezas, es el objeto de la fe; y en el sentido de que entra también en el objeto de la fe el modo de ver de Jesús. Expresado con dos fórmulas latinas, "credimus Jesum" y "credimus Jesui". Tal es el contenido de la fe.

El segundo capítulo (cf LF 23-36) lleva por título el tema central de Is 7, 9: "Si no creéis, no comprenderéis". El papa Francisco explica aquí con la mayor lucidez la relación entre fe y conocimiento de la verdad. El hombre es un buscador nato de la verdad, que es siempre fruto del gran amor de Dios a nosotros. Pero, en la búsqueda de la verdad, el alma humana pasa por tres fases: la percepción de los sentidos; el momento de la razón, que elabora, sintetiza y trasciende lo captado por los sentidos; y el momento de la fe, la cual, partiendo de los datos insuficientes de la razón y no dando por absolutas las síntesis de ésta, escucha la Palabra de Dios y, con la ayuda interior del Espíritu Santo, acepta aquella palabra, quedando constituida en una luz que nos hace ver el rostro profundo del ser. Esta conexión entre fe y verdad es particularmente fecunda para el diálogo con la Ilustración y con la Postmodernidad, pues le recuerda a la Ilustración su vana ilusión de erigir a la razón humana en canon de la verdad. Y hace caer en la cuenta a la razón postmoderna de que la verdad no se agota en lo obtenido por medios tecnológicos, ni en lo que funciona, ni en lo subjetivamente válido.

El tercer capítulo (cf LF 37-49) trata sobre la transmisión de la fe (cf 1 Co 15,3). Todo el capítulo se centra en la importancia de la evangelización, que tiene precisamente como objeto principal la transmisión de la única y verdadera fe, la cual queda asegurada en su unidad e integridad por la sucesión apostólica.

El capítulo cuarto (cf LF 50-60) se titula "Dios prepara una ciudad para ellos" (Hb 11,16). Aquí explica el Papa la relación entre la fe y el bien común. La fe, que nace del amor de Dios, hace fuertes los lazos entre los hombres y se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. Justo por eso la fe no nos aleja del mundo y no es ajena al compromiso concreto del hombre contemporáneo.

Finalmente, en la conclusión (cf LF 58-60), titulada "Bienaventurada la que ha creído" (Lc 1,45), el Papa nos invita a mirar a María como "icono perfecto" de la fe.

¡Qué bello texto, el de esta encíclica, para ser leído, estudiado y meditado en los días de descanso de agosto! ¡Felices vacaciones!

? Manuel Ureña,

Arzobispo de Zaragoza

nuestros programas

ECCLESIA ALVARO SAEZ

Ecclesia

Con Álvaro Sáez

Domingos a las 13:00h

Visto en ABC

Tracking