Jubileo de Vida Ascendente Regional

Agencia SIC

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Mons. Ricardo Blázquez Nos hemos reunido en el Santuario de la Gran Promesa personas procedentes de diversas Diócesis de nuestro entorno para recibir la gracia del perdón y de la misericordia. Hemos atravesado la Puerta Santa para acogernos a la bondad compasiva de nuestro Padre Dios. Deseamos que regenere nuestro corazón y nos devuelva la alegría de la salvación (Cf. Salmo 50). Junto a Dios hallamos el gozo, el amor y la paz; lejos de Él vagamos sin sentido por la vida. El movimiento apostólico Vida Ascendente, que procede de Francia, ha echado raíces también entre nosotros.

Las palabras de Jesús al paralítico que unas personas habían llevado hasta su presencia dan la impresión de que responden a lo que no le habían pedido. Ellos lo habían acercado para que lo curara, y Jesús dice: "Tus pecados te son perdonados" (Mt.9,2). Los escribas por su parte acusaron a Jesús de blasfemia, porque pretendía perdonar pecados que sólo Dios puede realizar. Pero, Jesús respondiendo a la extrañeza de unos y al escándalo de otros dijo al paralítico: "Para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa" (Mt.9,6). Jesús tiene poder para curar y para perdonar, para ponernos en pie y para reconciliarnos con el Padre.

Hemos venido hasta aquí con las heridas que el paso de los años han debilitado nuestro cuerpo y también con las llagas del alma que han causado nuestros pecados. Estamos ante el Señor con nuestros fallos y pecados, también con nuestras enfermedades y dolencias. No sólo nos duelen los años, nos duele también el alma. La comunicación con el Señor nos da fuerza para cargar con el peso de la vida, sintonizando nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Si descargamos en el Señor nuestros agobios y cansancios, Él aligerará nuestra carga y podremos caminar serenamente llevando nuestra cruz. Cuerpo y alma están unidos, como están unidos la confianza en Dios y la reconciliación con nuestras enfermedades. Como paralíticos y pecadores recibimos la misericordia de Dios en este templo del Sagrado Corazón de Jesús donde el Padre muestra su entrañable compasión.

Con el paso del tiempo experimentamos crecimientos y disminuciones, vigor y fragilidad. La expectativa de vida entre nosotros ?no así en todas las latitudes del mundo? se ha ampliado en bastantes años, comparada con la situación anterior. Podemos llegar a la edad de la merecida jubilación con estupenda salud, y durante años continuar en buena forma. Cuando los trabajos profesionales no son nuestra ocupación y mientras las fuerzas nos acompañen, ayudemos a los demás. Es tiempo propicio para el voluntariado social y colaborar en la comunidad cristiana por la Catequesis, Cáritas, Manos Unidas, Pastoral de la Salud. La aspiración no consiste en no hacer nada, sino en convertir nuestra vida en servicio. Seremos de esta manera no sólo eficaces a otros sino también nos mantendremos con agilidad de cuerpo y de espíritu. Un anciano nunca debe ser "descartado" ni marginado; todos los ciudadanos en todas las edades de la vida ocupamos un lugar importante en la sociedad.

En la llamada tercera edad o en la venerable ancianidad podemos desarrollar tantas tareas. Los ancianos significan la corriente de la vida que nos precede y en la que hemos entrado; los ancianos son portadores de la memoria histórica en que se ha ido acumulando la sabiduría de la vida. Los nietos necesitan de la presencia y cercanía de los abuelos. Cuando hallamos personas que han envejecido con serenidad y sin resentimiento, adecuando al correr del tiempo sus fuerzas corporales y espirituales, nos estimulan en el camino. Nos pueden enseñar: "Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus decretos" (Salmo 119,71). "Muchas veces son los abuelos quienes aseguran la transmisión de los grandes valores a los nietos, y muchas personas pueden reconocer que deben precisamente a sus abuelos la iniciación a la vida cristiana" (Papa Francisco). En ocasiones, por obligaciones profesionales y también por enfriamiento religioso de los hijos, los abuelos transmiten la fe a los nietos. Aquí tenéis, amigos de Vida Ascendente, un campo precioso de apostolado y testificación del Evangelio.

Nuestras sociedades, según afirman observadores atentos, padecen un defecto de memoria histórica. Ahora bien, no se puede edificar sin memoria, como nos dice la Escritura: "Recordad aquellos días primeros" (Heb.10,32); y con la memoria se une la esperanza y la proyección del futuro. Una familia que no respeta y cuida a sus abuelos es una familia desintegrada, ya que sin la memoria viva de los abuelos viviríamos como desarraigados. En esto consiste el fenómeno contemporáneo de una "orfandad", que aparece en términos de discontinuidad, de pérdida de raíces, de debilidad en las certezas, de vacilación de los cimientos. La infancia y la juventud son etapas de vitalidad; la edad adulta y la ancianidad son etapas en las que la persona madura y va cediendo el paso no antes de haber reconocido como en la fragilidad, que hace ridícula la pretensión de autosuficiencia de los hombres, se esconde la sabiduría de la vida humana.

Aludo en este contexto a otra experiencia vivida en la familia. Sabemos que la relación entre los hermanos es una escuela donde se aprende a convivir y a compartir. Precisamente a través de la experiencia primordial de la fraternidad nos abrimos a irradiar en la sociedad la solidaridad y a comprender la humanidad como una familia.

En esta celebración jubilar debemos, por una parte, afianzar la estima de la vocación particular de la ancianidad en la sociedad y en la Iglesia; y, por otra, debemos despertar el sentido colectivo de gratitud y de reconocimiento a los mayores y a los ancianos.

Vida Ascendente es una oportunidad para ofrecer a los demás los frutos de una existencia madurada en el trabajo y el amor; y de contribuir a los servicios sociales y a la edificación de la comunidad cristiana sobre el cimiento de la fe que se transmite y de la esperanza que también en los últimos tramos de la vida derrama su alegría y ganas de trabajar por los demás.

+ Ricardo Blázquez

Cardenal Arzobispo de Valladolid

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