Día del Seminario

Agencia SIC

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Mons. Manuel Ureña Hoy, domingo V de Cuaresma, celebramos en todas las Iglesias particulares de España la jornada anual de oración y de colecta por el Seminario.

La Iglesia procede muy acertadamente al situar su fiesta anual por el Seminario en torno a la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María. San José, casto esposo de la Virgen, fue, en efecto, el custodio del Redentor, aquel hombre santo y justo que, aun no siendo el padre biológico de Jesús, sí fue padre real de éste, pues asumió respecto del Hijo de Dios venido en carne y respecto de su madre, la santísima Virgen María, los significantes del verdadero padre y del verdadero esposo respectivamente.

Él acompañó al Redentor durante su vida oculta, lo cuidó, se preocupó de Él día y noche, le transmitió las tradiciones y la sabiduría de su pueblo, y le proporcionó a Él y a su Madre todo cuanto éstos necesitaron para vivir.

Pues bien, como hizo San José con Jesús, sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, así hace la Iglesia con los candidatos al sacerdocio, llamados a participar un día del sacerdocio ministerial del Señor.

Ella los busca, los elige, los cuida en el seminario, que es el cenáculo en donde los seminaristas aprenden a conocer al Señor y a amarle. En el Seminario, viviendo los seminaristas fraternalmente entre sí, prueban la vocación sacerdotal a la que interiormente se perciben llamados, van creciendo, como Jesús, en sabiduría y en gracia, y se preparan para recibir un día el gran don del sacerdocio ministerial.

Cuidemos con todas nuestras fuerzas las vocaciones sacerdotales que Dios suscita en su Pueblo Santo. Valoremos el sacerdocio ministerial. Apreciémoslo.

No olvidemos nunca que sin sacerdotes no puede haber Iglesia. Pues, sin sacerdotes, no hay Eucaristía, ni sacramento de la penitencia, ni unción de los enfermos, ni oración pública, ni predicación autorizada de la Palabra.

¿Sería pensable una Iglesia de Cristo sin el ministerio sacerdotal ordenado o constituyente? Una Iglesia sin sacerdotes ministeriales podría ser, sin duda, muchas cosas, pero no sería en modo alguno la Iglesia de Cristo, la Iglesia que Él quiso y que Él fundó.

A nadie se le oculta que las vocaciones al sacerdocio ministerial cuestan hoy mucho de brotar, particularmente en Europa, en las Iglesias de antigua evangelización. Pero ojalá que esta situación de sequía no sea nunca un pretexto para echar por la vía de en medio, como decimos a veces en lenguaje coloquial.

Por otra parte, no pensemos que las vocaciones sacerdotales están en decrecimiento en el plano de la Iglesia universal. Decrecen en Europa occidental, pero aumentan cuando observamos el fenómeno a nivel global. Dicho de otro modo, hoy hay más sacerdotes en el mundo que hace un año. Por tanto, tengamos fe y tengamos esperanza. Y no nos rasguemos las vestiduras por el hecho de que Europa esté atravesando un momento difícil, dado el discurso imperante, que es actualmente el discurso laicista, relativista y nihilista.

En el momento actual se imponen, tal vez más que nunca, la razón y la fe lúcidas. ¿No se abre la campaña vocacional de este año con el lema "yo sé de quién me he fiado"? El lema corresponde al versículo 12 del capítulo I de la 2ª Carta del apóstol Pablo a Timoteo. En este texto, Pablo hace un acto de fe pleno en el Señor, afirmando que, si Cristo le ha constituido heraldo del Evangelio, el mismo Cristo le infundirá la fuerza necesaria para anunciar el Evangelio y mantener intacto en él, en Pablo, el tesoro depositado en su persona. "No me avergüenzo, – dice literalmente el apóstol ? pues sé en quién he creído, y estoy seguro de que el Señor tiene poder para conservar mi depósito hasta aquel día" (II Tim 1, 12).

Hagamos nosotros lo mismo a nivel general. Cuando pidamos al Señor que mande obreros a su mies, pues ésta es abundante, mientras que los obreros son pocos, hagamos también nosotros un serio acto de fe, cobremos conciencia de que sabemos de quién nos hemos fiado y de que nuestras súplicas no caerán en saco roto.

Provenientes no sólo de nuestras tierras aragonesas, sino también de otras regiones de España, de Europa y de allende el Atlántico, medio centenar de seminaristas se están formando en nuestro seminario Metropolitano de Zaragoza, con otros compañeros de las diócesis hermanas de Teruel y de Albarracín, y de Barbastro-Monzón.

Damos gracias a Dios por este valioso don. Y, simultáneamente, pedimos a Dios nos regale abundantes vocaciones nativas para el sacerdocio.

Lo importante es que haya buenos sacerdotes, muchos sacerdotes, pero al menos los necesarios para el servicio de la Iglesia diocesana y de las otras Iglesias.

Todo el Pueblo de Dios lo ha de pedir al Señor. Y todos, sacerdotes, consagrados y seglares, hemos de ayudar.

Lo haremos con la oración, pero también con la limosna.

Os recuerdo una vez más que la colecta de la Eucaristía de hoy, domingo 17 de marzo, V de Cuaresma, es destinada al seminario. Seamos generosos.

? Manuel Ureña,

Arzobispo de Zaragoza

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