Carta del obispo de Jaén: «Por la Cruz a la luz»

Chico recuerda que «la Iglesia, como madre y maestra, se preocupa de proponernos algunos compromisos específicos que nos puedan ayudar en este itinerario de renovación interior»

sebastianchico

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Queridos fieles diocesanos:

Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo y de nuestra fe: su pasión, muerte y resurrección. Cincuenta días para celebrarlo, en el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, en el tiempo cuaresmal.

En este momento en el que la Iglesia nos ha pedido que caminemos en sinodalidad, quiero que esta Carta Pastoral de Cuaresma sirva como una invitación a emprender juntos el camino común para que encontremos, a través del misterio pascual, y ayudados por la piedad popular, la senda que nos conduce al corazón mismo de Cristo, que nos muestra su luz a través de la Cruz, y así renazcamos a la nueva vida del Resucitado.

Camino de conversión y alegría

Iniciamos este tiempo santo con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas. Lejos de ser un gesto puramente exterior tiene una gran densidad teológica que hemos de descubrir cada año.

«Conviértete y cree en el Evangelio», estas palabras las escucharemos el Miércoles de Ceniza, dirigidas a cada uno de nosotros. Sí, necesitamos constantemente esa exhortación porque nunca estaremos convertidos del todo. Hay aspectos de nuestra vida que necesitan ser revisados, purificados, renovados. Siempre necesitamos volver a Dios, cambiar de rumbo, darle la cara y no la espalda, porque de manera casi imperceptible nuestra mentalidad se deja seducir por comportamientos que nos alejan del Evangelio. Al imponérsenos la ceniza, la Iglesia suplica ante el Señor que nos fortalezca con su auxilio «para que nos mantengamos en espíritu de conversión y que, la austeridad penitencial de estos días, nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal».

Recibir la ceniza significa reconocer que somos criaturas, hechas de tierra y destinadas a la tierra (cf. Gn 3,19); al mismo tiempo, significa proclamarse pecadores, necesitados del perdón de Dios para poder vivir de acuerdo con el Evangelio (cf. Mc 1,15); y significa, por último, reavivar la esperanza del encuentro definitivo con Cristo en la paz del cielo. «Si morimos con él, resucitaremos con él» (cf. 2Tim 2,11). No podremos participar del gozo de la nueva vida que Él nos da en el bautismo, si no morimos a nosotros mismos para resucitar con Él a una vida nueva.

La Iglesia, como madre y maestra, se preocupa de proponernos algunos compromisos específicos que nos puedan ayudar en este itinerario de renovación interior que: ha de estar marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Se trata de un tiempo de gracia para profundizar en nuestra identidad de cristianos, y que nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que, también nosotros, lleguemos a ser más misericordiosos con los demás, porque la conversión debe traducirse en obras concretas de acogida y solidaridad. Al respecto, exclama el profeta: «El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos» (Is 58, 6).

Puede leer la carta completa aquí:

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