Cantos de vida: ¿Libres o siervos (Sal 99)

Cantos de vida: ¿Libres o siervos (Sal 99)

Agencia SIC

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Mons. Agustí Cortés Hay que reconocer que muchas palabras y oraciones cristianas provocan en personas no creyentes un rechazo casi instintivo. Y sin embargo responden a vivencias, de las más bellas y más profundamente evangélicas.

Tal sería el caso del Salmo 99. Un salmo bello y sencillo, que invita a imaginarnos el pueblo reunido, dispuesto a entrar en el templo en procesión, para ofrecer el sacrificio de acción de gracias. Lo cantan los fieles de Israel, es decir, la Iglesia, que se siente "pueblo elegido de Dios" (v. 3), pero llama "a todos los pueblos de la tierra a unirse a su canto" (v. 1). ¿Estarían dispuestos todos a compartir el fondo y la fuente que nutre este canto?

Una mayor parte, por no decir, todos, oiría con gusto la llamada a la alegría exultante ("con gritos", dice el salmista). Pero no todos estarían de acuerdo en vincular esa alegría con el servicio, la adoración y la alabanza al Señor.

En efecto, "servir al Señor con alegría" es para muchos algo impensable, contradictorio, ya que este servicio no puede traer consigo más que sometimiento y humillación. Algo absolutamente rechazable. Se admitiría más fácilmente "servir" a un necesitado, pues esto se suele hacer desde la capacidad y el poder, conservando quien ayuda, aun sin confesarlo, la categoría de "señor"?

Sobre esto hay que aclarar muchas cosas. Por un lado, que Jesús no tuvo ningún inconveniente en hablar del servicio que les debemos a Dios. Así al tentador, citando Dt 6,13: "Solo adorarás al Señor, tu Dios y a él solo servirás"; y "no podéis servir a dos señores, a Dios y al dinero", Mt 6,24. Todo el Nuevo Testamento está lleno del apelativo "Señor" aplicado a Dios y a Jesucristo. El servicio a Jesús como Señor es fundamental en la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, y en tantas otras espiritualidades?

Pero, de inmediato, hemos de advertir que el señorío de Dios y de Jesús es realmente muy especial. Él mismo ya lo advirtió: "Sabéis que los señores de la tierra dominan como si fueran amos, pero entre vosotros no ha de ser así?" (Mc 10,42); "vosotros me llamáis Maestro y Señor, y hacéis bien, pues lo soy? (Pero) Si os he lavado los pies, también vosotros tenéis que hacer lo mismo unos a otros" (Jn 13,14). Teniendo esto presente el Salmo adquiere otro tono:

"¡Servid al Señor con alegría, habitantes de toda la tierra!

Con alegría adorad al Señor; ¡venid a su presencia con gritos de júbilo!

Reconoced que el Señor es Dios; él nos hizo y somos suyos;

¡somos pueblo suyo y ovejas de su prado!

Porque el Señor es bueno; su amor es eterno y su fidelidad no tiene fin"

La dificultad mayor, fuente de muchas objeciones a la fe cristiana y de resistencias a orar con este salmo, estriba en no reconocer que el amor vincule, hace que nos pertenezcamos unos a otros y que, en consecuencia, el amor incluya necesariamente el servicio. Él, el Señor, se hizo Siervo de Dios por nosotros por amor, y nosotros somos siervos de Dios y de los hermanos por amor: "Él nos hizo y somos suyos" y, con la fórmula de la Alianza: "Vosotros seréis mi pueblo, yo seré vuestro Dios".

Sería bueno que, con el mismo amor con el que nos convertimos en siervos del Señor, llegáramos a ser igualmente siervos unos de otros. Entonces Él sería realmente servido.

? Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat

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