Adoración Perpetua

Adoración Perpetua
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Mons. Celso Morga Queridísimos hermanos sacerdotes de Mérida, sr. Vicario general, sr. Deán, sr. Párroco de la concatedral y miembros del cabildo con-catedral, párroco del calvario, sr. Arcipreste de Mérida, queridos hermanos y hermanas:
oy, con gran gozo, estamos celebrando la Solemnidad de San José, esposo de la bienaventurada Virgen María, varón santo, nacido de la estirpe de David, que hizo las veces de padre para con el Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual quiso ser llamado hijo de José y le fue cariñoso y obediente como un hijo a su padre.
Toda la Iglesia lo venera con especial honor como a su patrono, a quien el Señor constituyó padre sobre su familia.
Precisamente hoy, el día de su fiesta, comenzamos, en Mérida, gracias a Dios, la adoración perpetua, adoración 24 horas al día, los 365 días del año. ¡Cómo agradezco a los coordinadores de la adoración perpetua (Eufemio Romano y colaboradores, especialmente José Ramón Zurdo y su esposa Cristina) su trabajo y organización para que, en nuestra Archidiócesis, sea hoy posible abrir esta tercera capilla de adoración perpetua, después de las de Almendralejo y Badajoz! ¡Cómo agradezco a todas las adoradoras y adoradores vuestro compromiso para hacer posible esta cadena de adoración permanente las veinticuatro horas del día, todos los días del año!
Hay un episodio en el libro del Gé- nesis en el que numerosos Padres de la Iglesia han visto en José, hijo del patriarca Jacob, un anuncio profético de José, el esposo virginal de María y patrono de la Iglesia. Los dos, por una serie de circunstancias providenciales, fueron a Egipto: el primero, el hijo de Jacob, perseguido por sus hermanos y entregado por envidia, que prefigura la traición que se habría de cometer con Cristo; el segundo, san José, huyendo de Herodes, con María, su esposa, para salvar la vida de Aquel que traía la salvación al mundo.
El primer José se convirtió en intendente (o primer ministro) de los graneros de Egipto y cuando el hambre asolaba a los pueblos vecinos y acudían al faraón, éste les decía: "id a José y haced lo que él os diga" (Gen 41, 55). Y ahora que también el hambre de Dios, de vida espiritual y de verdad asola nuestra tierra, la Iglesia nos recomienda: "Id a José". San Josemaría Escrivá aplicaba especialmente al pan de la Eucaristía esta exhortación profética del faraón: "Id a José". Él nos dará el pan de la Eucaristía.
La Eucaristía es el sacramento por excelencia, es el sacramento que no nos deja solos por el camino, sino que nos acompaña durante todo el día y toda la noche, durante toda nuestra vida. Sabemos, por la fe, que la presencia real de Cristo en la Eucaristía no se limita sólo al tiempo de la celebración de la santa misa, sino que permanece bajo las especies de pan mientras éstas permanecen.
"Adorar, arrodillarse ? ha escrito Benedicto XVI – ante la Eucaristía, es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede ni debe postrarse ante ningún otro poder, por más fuerte que sea. Los cristianos nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento, ante Dios, que primero se ha inclinado ante el hombre, como buen samaritano, para socorrerlo, devolverle la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en esa apariencia de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve.
La adoración es oración que prolonga la celebración; y la comunión eucarística. En ella, el alma sigue alimentándose; se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquel ante el cual nos postramos no nos juzga, no nos aplasta sino que nos libera y nos trasforma" (Benedicto XVI, Homilía en el Corpus Christi, 2008).
Hay un texto poético de San Juan de la Cruz que nos habla de esta esperanza: "cuando me pienso aliviar/de verte en el Sacramento/háceme más sentimiento el no poderte gozar/ por no verte como quiero/y muero porque no muero".
Establecer la adoración perpetua en Mérida me llena de gozo y esperanza porque reportará a toda la Archidiócesis y a toda la Iglesia muchas gracias, más de las que podemos imaginar. ¡Gracias de nuevo de corazón a quienes hacéis posible con vuestra generosidad y empeño esta maravilla espiritual!
Que nuestra Madre, que, junto con san José, presentó con gesto materno al Salvador a los pastores de Belén, a los magos que llegaron de Oriente, a los esposos de Caná y a los discípulos, Ella misma nos lleve a participar con fe y con gozo de la Eucaristía, nutrirnos de Ella, nos lleve a adorar a Cristo en la Eucaristía y a expresar en nuestras vidas el misterio que celebramos en la fe.
+ Celso Morga
Arzobispo de Mérida-Badajoz