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La terrible decisión que tuvo que tomar esta empresaria por culpa de esta enfermedad

Su día a día ha cambiado de por vida

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 27 sep 2019

Sensibilidad química múltiple. A muchos esta enfermedad no les dice nada. Pero lo cierto es que se trata de una enfermedad ambiental propia del siglo XX, por la que los pacientes afectados muestran una intolerancia extrema a los productos químicos. Una patología agresiva que condiciona el día a día de personas como Carmen, ciudadrealeña a la que le diagnosticaron la enfermedad hace unos diez años. Todavía no está categorizada como una enfermedad rara, ya que se considera una alergia.

A Carmen se lo detectaron después de 28 años regentando una peluquería. Fue tras la sobreexposición a los productos químicos, que le acabaría por desencadenar una alergia al níquel: “Durante años y años se estaba generando esta sensibilidad química múltiple. Cuando me lo diagnosticaron, el médico me decía que tenía que vivir encerrada en casa, sin tener contacto con nada químico. Me quedé aterrada, sin tener respuesta a tantas preguntas.”

Cuando entra en contacto con un simple perfume, el aparato digestivo y respiratorio de Carmen entra en combustión. La piel también se resiente. El último episodio lo experimentó hace unos días: “Tenía la ventana de la cocina abierta, y comenzó a subir un olor a perfume que alguien se había echado. Solo al olerlo, empecé a asfixiarme y a quedarme sin voz. Unos quince minutos más tarde, el cuerpo se repuso, pero cuando salí a la calle a pasear al perro, me crucé con un vecino. Al olerle, volví a recaer y me tuve que marchar corriendo a casa.”

De momento, Carmen se niega a hacer uso de mascarilla: “Quiero que me solucionen antes el problema. Esta enfermedad cada vez lo sufre más gente en España, sobre todo mujeres dedicadas a la limpieza, por la exposición de los productos químicos. Pero es difícil explicar a los demás que lo que hueles, comes o respiras te enferma. Al principio, me sentía como un bufón de hospital. Te sientes muy sola.”

Las semanas previas al diagnóstico se empezaron a manifestar los síntomas, con intensos dolores de cabeza que Carmen achacaba al estrés, hasta que una mañana de sábado, mientras hacía una permanente en la peluquería, el olor a níquel hizo que se ahogara: “Pensé que era un constipado gordo, y fue el último día que entré en mi peluquería. 28 años tirados a la basura, porque tuve que traspasar el negocio a mi compañera. La enfermedad ha arrancado parte de mi vida, mi pasión desde los catorce años. Mi propio negocio me estaba matando sin saberlo. Cuando me lo dijo el médico me hundí.”

En los días posteriores, utilizó una revista local para explicar a sus clientes que ya no podría atenderles: “No fue fácil. Incluso percibí cierto rechazo social, porque había gente que no me quería tocar por miedo al contagio. Ahora, por suerte, hay más consciencia.”

Más allá de sus problemas de salud, Carmen vio cómo se ponía en jaque su estabilidad económica. Actualmente percibe una pensión de 700 euros que previamente tuvo que pelear para adquirirla. Ahora, su lucha se centra en que la Organización Mundial de la Salud reconozca esta anomalía como enfermedad: “La OMS declara que los factores medioambientales afectan a la salud. Nos afecta a todos. Y no tenemos una cobertura médica cuando te dan este diagnóstico. El cambio climático afecta a las personas.”

En los momentos más duros, en los que Carmen había perdido todas sus ilusiones con un diagnóstico médico atroz, nuestra protagonista sacó fuerzas de flaqueza. Y lo hizo mediante una afición que había aprendido de su abuela. Hacer ganchillo: “Mientras mi hijo estaba en el colegio, yo me quedaba sola en casa, triste. Por ello, se me ocurrió recuperar esa afición, para que mi cerebro dejara de pensar en los problemas que me traía la enfermedad. Así me evadía y me relajaba.”

Fue a raíz de aquello cuando a Carmen se le ocurrió escribir su libro, ‘Tejiendo el alma’ con el que pretende ayudar a las personas que están pasando por la misma situación. No obstante, reconoce que tejer no ha podido ocupar el lugar de la peluquería: “Es una espina clavada. Ojalá algún día me den una solución, pero ya sé que no podré volver a dedicarme a lo que más me apasiona. Era mi vida. Tocar el pelo de los clientes transmite sensaciones.”

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