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La psicosis de una víctima del 11-M: “Cuando veo una mochila sin dueño en un tren me entran los siete males”

Ángel salvó la vida al elegir el vagón que no explotó 

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Tiempo de lectura: 2'Actualizado 02:10

Los atentados de 11 de marzo de 2004 cambió la historia de Madrid, que fue testigo de aquellos crímenes, pero también de España. Para algunos expertos y analistas, supuso un giro de 180 grados en la política. Pero en quien de verdad dejó huella fue en los familiares de las 192 personas que perdieron la vida en aquellos trenes, y en los que vivieron en primera persona las explosiones. A algunos les ha dejado secuelas físicas. A otros psíquicas. Quizás las dos.

Ángel acudía aquella mañana a su puesto de trabajo. Tomó el tren en la parada de El Pozo con destino a Atocha. Salvó su vida por muy poco: “Cuando llegó el tren me quedé entre dos vagones, y elegí el que no explosionó. Si hubiera optado por el otro convoy, hoy no estaría aquí. Con todo y con eso, salí despedido tras la explosión. Caí al suelo. Lo que recuerdo a continuación es el silencio. Vi muertos y heridos, pero me di la vuelta. No quise ver más.”

Cuando llegaron los servicios de emergencias, trasladaron a los heridos al Hospital 'Doce de Octubre'. Ángel sufrió quemaduras leves y la rotura del tímpano derecho: “Estuve por ello un año entero de baja, aunque tras la operación, apenas me han quedado secuelas físicas.” En lo psicológico, reconoce la víctima, sí le ha marcado: “Especialmente cuando se acerca la fecha del aniversario. Se me agolpan los malos recuerdos, me pongo más nervioso... Pero no solo yo, con las víctimas que he podido hablar estos años, les pasa exactamente igual. Estamos en nuestro mundo esos días.”

Ángel no precisó de ayuda psicológica para salir adelante. Lo consiguió por si mismo: “Incluso cuando salí del hospital aquel 11 de marzo, presencié por televisión los atentados. A mí lo que más me costó luego fue montar de nuevo en un tren. De hecho, cuando lo hice un año más tarde para reincorporarme al trabajo, dio la casualidad de que en el vagón había un árabe, y me puse tenso. Pero cuando llegué a Atocha me tranquilicé. Eso sí, cuando veo una mochila sin el dueño, me retrotae a aquellos días, a las bombas.”

Nuestro protagonista tiene mujer y dos hijas. Estas últimas, debido a su corta edad hace 15 años, apenas le ha marcado los atentados de Madrid. La mujer de Ángel, en cambio, no puede olvidar: “Si ella ve que un tren se queda parado entre dos estaciones y no se mueve, le entran todos los males y quiere salir.”

A juicio de Ángel, las administraciones han olvidado a las víctimas del 11-M: “No hay que olvidar tan rápido, porque de lo contrario podría volver a repetirse pese a la seguridad que hay. Yo puedo dar gracias a Dios de estar vivo.”

Ángel confiesa que en 2004 volvió a nacer: “Desde entonces aprecio más las cosas a las que antes no le daba ninguna importancia. La naturaleza, la familia o la rutina. Pero hay gente que no lo ha superado por la pérdida de un familiar querido, o que todabía no son capaces de subirse a un tren o a un metro por miedo. Las secuelas siguen presentes.”

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