Ayer anticipamos en COPE el contenido de una enmienda que han presentado PSOE y Podemos a la nueva ley del aborto, según la cual las niñas de 13, 14 y 15 años también podrán abortar sin el consentimiento de sus padres, simplemente con una confirmación judicial de la decisión, supuestamente libre y responsable, claro, de estas menores.

Lo primero que urge decir es que la cuestión sustancial que está en juego con el aborto no reside en esta ni en otras cláusulas, sino en que se trata siempre de la eliminación deliberada de una vida humana inocente, la más desprotegida. Pero esta última novedad (aún puede haber más en el futuro) no es trivial, tampoco es solo una maniobra de distracción o una cortina de humo.

Es una medida grave y disparatada, pero coherente con la política disolvente y nihilista que el Gobierno viene desarrollando a toda máquina, sin debate público ni audiencia a las instancias éticas y médicas pertinentes, en esta y otras materias.

La patética afirmación del derecho absoluto de autodeterminación de las niñas en esta materia (en otras mucho más triviales, como irse de excursión con el colegio, necesitarían consentimiento paterno) es algo más que una pulsión. Es una medida más para atacar la sustancia de la familia, para desgarrar sus vínculos, para convertirla, desde el punto de vista político-social, en menos que nada.

Para que una civilización prospere, se necesita la conciencia de que vale la pena vivir la vida, de que vale la pena tener hijos, de que vale la pena construir el futuro. Mientras, aquí, un gobierno que juega a aprendiz de brujo pretende privar a los padres de la tutela que les corresponde en un asunto, nunca mejor dicho, de vida o muerte. Tremenda irresponsabilidad, política disolvente.