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¿Cómo serían, sin ella, nuestras ciudades?

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José Luis Restán
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Director Editorial COPE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 13:34

A algunos les pudo sorprender que el cardenal Omella dijese en su discurso de apertura de la última Plenaria de la CEE que, en la actualidad, la Iglesia católica es una gran desconocida para muchos de nuestros conciudadanos. Es la pura verdad. Con el agravante de que muchos que la desconocen, piensan saber lo que es y de qué vive, y alimentan su imaginario de tópicos y frivolidades. Toda esta bruma tóxica sólo se despeja con la fe vivida al aire libre por quienes formamos la Iglesia. La Memoria anual de actividades de la Iglesia en España, que se acaba de presentar esta mañana, es tan solo el recuento ordenado e inteligente de una vida que desborda cualquier tabla estadística, pero no está mal que una vez al año se pueda ponderar en términos numéricos, aunque no sea eso lo más importante.

Hace pocos días el cardenal Blázquez recordaba que la fe es libre pero nunca irrelevante. Esa relevancia se refiere, por supuesto, a la vida de cada persona que la profesa, pero también a la convivencia en la que se inserta. Ojear las páginas de la Memoria presentada hoy, referida al duro 2020, es un ejercicio sencillo que, a mí, que me precio de conocer las entretelas, me llena de sorpresa y de gratitud. Porque la fe en Jesús resucitado, vivida por esta comunidad llena de heridas que es la Iglesia, hace que nuestros pueblos y ciudades sean lugares más humanos y luminosos. Podríamos hacer un ejercicio como el de la inolvidable película de Capra, “¡Qué bello es vivir!”, e imaginar cómo sería nuestro país si la fe cristiana no hubiese generado en el tiempo todas las realidades que en la Memoria aparecen con la fría objetividad de los números. ¿Se acuerdan de Bedford Falls cuando James Stewart se ve inmerso en el experimento?


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