La buena tierra y sus frutos

“De su tierra florecerán siempre los santos”, decía el teólogo Henri De Lubac en una de sus últimas entrevistas refiriéndose a la Iglesia, sea cual sea el momento que atraviese en cada lugar. Me ha venido a la mente al conectar dos nombres, perfectamente desconocidos para la mayoría, que han sido noticia estos días: Floribert Bwana Chui, joven congoleño de la Comunidad de San Egidio que acaba de ser beatificado; y Peter To Rot, que será canonizado por el Papa en septiembre y se convertirá en el primer santo de Papúa Nueva Guinea. Ambos nacieron de esa buena tierra de la Iglesia, cultivada y regada por los misioneros; ambos se alimentaron de los sacramentos y vivieron la comunión con sus hermanos; ambos se dedicaron a comunicar el Evangelio dentro de sus quehaceres cotidianos, y ambos dieron su vida por él siendo jóvenes.

Floribert era aduanero y sufrió el martirio en la ciudad e Goma en 2007, cuando tenía 26 años, por impedir la entrada de alimentos deteriorados que habrían dañado a la población. Peter había crecido con los misioneros del Sagrado Corazón y era catequista en su pueblo durante la invasión japonesa de Papúa Nueva Guinea; los invasores reactivaron la práctica de la poligamia para congraciarse con algunos sectores de la población y Peter se opuso públicamente por lo que fue arrestado y finalmente asesinado.

A ambos les habría resultado fácil adaptarse a la situación, pasar inadvertidos, no complicarse la vida. Sin embargo “prefirieron morir para vivir en Cristo”, como ha dicho la madre de Floribert, que ha participado en su beatificación.

Son dos brotes de esa santidad de todos los días que quizás no realiza grandes obras a los ojos de la historia, que parece casi escondida, incluso para quienes formamos parte de la Iglesia, pero que es la trama profunda de su presencia en la historia. Y por eso renace continuamente.