Trabaja como conductora de autobús, se sube una pasajera y con la pregunta que le hace al entrar consigue salvarle la vida
Isabel García Moreno no es solo conductora de autobús, es una contadora de historias sobre ruedas

Ruta bus
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Isabel García Moreno no es una conductora de autobús cualquiera. A bordo de su vehículo, que recorre cada día la ruta entre Madrid y Moralzarzal, ha logrado convertir el trayecto en una experiencia donde la humanidad, la empatía y el carácter se entrelazan con el rugido del motor. Isabel es una de las apenas 17 mujeres conductoras entre más de 150 trabajadores en su empresa. Y eso no la intimida en lo más mínimo: “Yo tengo carácter. A mí o me amas o me odias”, sentencia, segura de sí misma.
En el programa La Tarde hemos conocido su historia, donde la conductora compartió pasajes de vida tan duros como inspiradores. Porque si algo sabe Isabel es que el camino nunca ha sido fácil, ni dentro ni fuera del autobús.
eL GIRO DE UNA VIDA MARCADA POR LA LUCHA
Isabel es conocida en su pueblo como “Isabel la frutera”, un apodo heredado de sus padres, quienes montaron una frutería en Moralzarzal cuando descubrieron que no existía ninguna en la zona. “En principio era solo los fines de semana y en verano… pero acabó siendo todo el año”, recuerda. Desde joven, tuvo que asumir responsabilidades. Su sueño de ser médico militar se truncó cuando su padre falleció y su madre, “una leona”, se vio sola al frente de tres hijos. Isabel, con apenas 17 años, empezó a trabajar con su hermana en el mercado central, despertando cada día a las tres de la mañana.
“Empecé el instituto por la tarde, pero era horrible. Nos levantábamos para ir al mercado en el camión de mi padre”, relata con emoción contenida. Su hermana falleció también joven, a los 36 años. La vida le ha golpeado fuerte, pero también la ha templado. “Las experiencias de la vida te hacen ser luego la persona que eres”.

Parada de bus
"nO ES LOS MISMO LLEVAR SANDÍAS QUE PERSONAS"
Cuando Isabel cambió el camión por el autobús, el vértigo fue inevitable: “Ay, mi madre, me cagué de miedo. No es lo mismo llevar sandías, melones y patatas que no protestan, que llevar personas”. Pero lo superó. Una de sus primeras anécdotas revela cómo enfrentó los prejuicios de algunos pasajeros: “Un señor me dijo ‘contigo no me subo que eres una chica’. Le convencí con humor y acabó diciéndome: ‘Ya quisieran conducir muchos como ha conducido usted. Ole, ole, ole’”.
Su estilo directo, su simpatía y su vocación de servicio la hacen inolvidable para quienes la cruzan. “Cuando no me ven durante un tiempo, me echan de menos, y eso me encanta”, confiesa.
El día que un autobús se convirtió en refurgio
Pero quizás el episodio que mejor resume el carácter de Isabel ocurrió en una gélida mañana de invierno en la sierra madrileña. Vio a una joven mal vestida en la parada. “Llevaba zapatillas de casa, un camisón y una chaquetita”. Isabel no dudó: la subió al autobús antes de tiempo y le ofreció su ayuda. La chica le confesó entre lágrimas que había escapado de un encierro, que era prostituta y consumidora de drogas.
“Tenía la misma edad que mi hija. No pude evitar pensar en eso”, dice con la voz quebrada. Gracias a su intervención y la de una pasajera solidaria, la joven acabó encontrando un trabajo como interna. “Le di mi bocadillo, una mandarina y cinco euros. No supe más de ella, pero creo que hicimos algo bueno aquel día”.
Los “moñas”, los “berzas” y su código en la carretera
Después de tantos años al volante, Isabel ha desarrollado una forma muy personal de clasificar a los conductores. “Los moñas son los que van a 80 por el carril central. Estorban, sobre todo a los camiones. Y los berzas son los que van metiéndose entre los moñas. Al final, los accidentes los provocan ellos”. Su análisis no es solo divertido, también revela un profundo conocimiento del tráfico y un respeto incondicional por sus colegas del transporte pesado: “Yo soy muy pro-camionera, porque sé lo que hay”.
Una sonrisa que cambia el día
A pesar de las adversidades, Isabel mantiene su buen humor intacto. Saluda uno por uno a sus pasajeros, se acuerda de sus historias y observa con detenimiento lo que ocurre a su alrededor. “Cada día es diferente. La carretera cambia en dos minutos. Los viajeros de la mañana no son los de la tarde”, afirma con entusiasmo.
Isabel ha hecho de su trabajo una forma de vida y de su autobús, un espacio donde se cruzan las historias, las risas, las confesiones y, en ocasiones, también las lágrimas. Su historia demuestra que detrás de un uniforme y un volante, puede latir un corazón dispuesto a cambiar el rumbo de las cosas, al menos un poco, con cada trayecto.