Foto del día de Fernando de Haro: "Juega al juego de un esplendor que no se apaga"

Foto de cuando yo terminaba el bachillerato, de un mundo que a mi me parece cercano pero que ya ha quedado muy lejos. Foto tomada en una ciudad rusa, tomada en una acera, al borde de un mar gris y frió. Quizás por eso, porque el alma espera más color, el motocarro que ocupa el centro de la imagen está pintado con franjas de amarillo canario, de amarillo más oscuro como el polen, de verde menta, de rojo vino. Al motocarro que se ha quedado sin moto y que es solo una caja de metal tosco, con barras de hierro soldadas sin cariño, le suben y le bajan chorretones de pintura por la chapa. El motocarro sin moto se abre con una gran ventana trasera por la que entra un cable de luz y a la que se asoma una niña que acaba de convertirse en mujer. La chica está sentada en el minúsculo espacio interior y su cuerpo emerge de las sombras. Viste una camiseta sin mangas. Y el brazo que se le ve y el cuello largo flotan sobre un clarouscuro como el de los pintores barrocos. La chica se ha peinado con cuidado un espeso flequillo negro que queda recogido con un pañuelo blanco y rosa. La chica ladea ligeramente la cabeza y sonríe con delicadeza, sonríe con unos ojos grandes, con unos pómulos de pedernal, los pómulos son como de cuarzo, planos, duros, acaban cerca de las pestañas. Pómulos eslavos y misteriosos como unas vísperas cantadas por monjes en una iglesia ortodoxa. La chica sonríe con una boca también grande, con los labios muy rojos. Y parece que la chica en el carromato sin moto está jugando. Es verdad, juega al juego de un esplendor que no se apaga. Una belleza así es prenda y profecía de un tiempo sin llanto, de un llanto sin muerte, de una muerte alimentada solo por la apariencia.