La necesidad de lo imposible

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La foto que me ha llamado la atención hoy es de Pol Cupido, un tipo al que le gusta el campo. El retrato, en blanco y negro. Una luz artificial ilumina un pequeño roal de una tierra en barbecho, en medio de una noche serena y callada, seguramente triste. El circulo que forma el foco muestra algunos hierbas exhaustas, agotadas después del largo verano. Una chiquilla con tirantes y camisa clara, de espaldas, sostiene una escalera de madera. Es una escalera de pajar, o de granero, o de establo. Una escalera muy elemental que iza como un estandarte. La niña es bajita y solo tapa con su cuerpo los primeros escalones. Los últimos se pierden en un cielo de azabache del que cuelga una luna rotunda, plena, sin inquietud, una luna de nardo, una luna de croché calada de mares secos y volcanes callados, una luna que parece a la mano. La mozuela quiere trepar, alcanzar el espejo blanco, quiere lo mismo que algún emperador de Roma. La niña sabe que es imposible, que ni con la escalera que sujeta con sus manos, ni con una gran puente sostenido en billones de pilares, un puente atirantado en grandes columnas verticales, un puente de haz, un puente voladizo, alcanzará la luna. Sabe que es imposible y por eso lo desea, por eso está en medio del campo. La niña no está loca, la niña es muy razonable, por eso siente la necesidad de lo imposible. Porque la niña sabe que sin plantarse en el campo con el deseo de comprender lo que no se comprende, de alcanzar lo inalcanzable, no sería razonable. Sin querer alcanzar la luna no sabría hacer pan, ni aprenderse las tablas, ni mirar al chico que le mira. No, no sería razonable, humano, no sería realista abandonar la aspiración de salvar la distancia entre el campo de rastrojos y la luna de otoño.

Herrera en COPE

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