
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La foto que me ha llamado la atención la he visto hurgando en Internet. En realidad no se todavía por que me ha llamado la atención la imagen. Es el retrato de una calle de un pueblo del Oeste de los Estados Unidos, el retrato de una calle común, de un pueblo cualquiera rodeado por unas montañas altas. El día está acabando, el sol comienza a despedirse en un cielo con nubes altas y se refleja en los cristales de la fachadas de unos edificios bajos y de ladrillo visto. La calle común de un pueblo cualquiera hace una ligera curva y los destellos vespertinos hacen sonreír de oro a las ventanas. La calle está casi desierta. En un muro, junto a la acera, bajo un entramado de cables, descansa un chiquillo con pantalón corto. Un señor mayor, con una botella de refresco en la mano, cruza el asfalto. No hay ningún coche aparcado entre unas líneas blancas. Se oye el silencio en la foto. Es una calle cualquiera de un pueblo cualquiera retratada mientras se acaba un día más. Y la escena podría no decir nada y lo dice todo. Porque en la quietud urbana en la que no pasa nada, en el niño y en el viejo retratados, en la forma de la curva, en el sol en las ventanas hay una tensión extraña. No le falta nada a la escena, no le falta nada al retrato y le falta todo. La curva en la calle, la serenidad de las fachadas, el paso lento del tiempo, el niño y el viejo están esperando algo. Están esperando que llegue alguien, que alguien aparque en la zona vacía, que el cielo se ponga rojo, que el niño le diga al viejo te quiero, que alguien se asome a las ventanas y diga me aburro o estoy contento o quiero un vaso de vino. Qué se yo. No le falta nada la escena y le falta todo. Le falta que pase algo. Como a ti y a mí.