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Adolfo de Jesús Constanzo y Sara Aldrete, ‘Los Narcosatánicos’

Adolfo y Sara sembraron el terror en la sociedad mexicana de finales de la década de los 80 del pasado siglo.

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Tiempo de lectura:2Actualizado15 mar 2023

Es este un expediente ligado con el lado más oscuro de la magia y la santería caribeña. Rituales que por lo general no entrañan ningún peligro, pero que nuestros protagonistas llevaron al extremo, convirtiendo un culto religioso en un acto delictivo y asesino.

El 15 de enero de 1989, el joven estudiante estadounidense Mark Kilroy se encontraba en su último día de vacaciones en la localidad mexicana de Matamoros. Cuando aquella noche se dirigía al puente fronterizo para regresar a su país, unos desconocidos lo introdujeron a la fuerza en el interior de una furgoneta, y lo trasladaron a una vieja barraca a las afueras.

Allí, lo ataron de pies y manos en un ambiente que olía a carne en descomposición. Amordazado con cinta adhesiva, fue puesto de rodillas, recibiendo un golpe en la cabeza con la culata de un machete que lo dejó muerto al instante.

Sus secuestradores… secuaces al servicio del brujo Adolfo de Jesús Constanzo, le extrajeron el cerebro y lo hirvieron en una sartén con la propia sangre del muchacho. Luego le arrancaron la columna vertebral, fabricando amuletos de protección con sus huesos. Finalmente, le amputaron las piernas y devoraron parte de la carne.

Era Adolfo de Jesús un siniestro personaje al servicio de gente poderosa. Entre sus clientes contaba con políticos, artistas e intelectuales, y sus rituales, en los que era ayudado por su compañera Sara Aldrete, incluían frecuentes sacrificios humanos para lograr el favor de los dioses.

Como contó Sara al ser detenida, algunas víctimas eran colgadas de una soga, bocabajo, descendidas después lentamente sobre un caldero de agua hirviendo, a la vez que les clavaban en el cuerpo la punta de un machete, con el que les arrancaban pedazos de carne.

Una vez dentro del agua, entre gritos de dolor, los sacrificados eran cocidos vivos a fuego lento. Si alguno sobrevivía, le abrían el pecho en canal y le arrancaban el corazón a bocados.

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