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Bustos: “La muerte de un humorista obliga a llorar su pérdida sonriendo”

Jorge Bustos trae a 'La Linterna' el 'Bueno, el feo y el malo' de la semana: Antonio Fraguas Forges, el presidente de Ifema Clemente González y los ultras del fútbol

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Jorge Bustos en los estudios de COPE

COPE.es

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 22:17

Esta semana hemos visto metamorfosis notables, como la de los jubilatas convertidos -con mucha razón- en sujeto revolucionario que rodea el Congreso pidiendo pensiones dignas. O la de Anna Gabriel, la fiera anticapitalista de pelo de trinchera transformada por obra de la mera cobardía y unas tijeras en una dulce Heidi cobijada en el corazón turbocapitalista de Europa. Solo le falta la vaca, el perro y el abuelo para que nadie la recuerde ya como la jefa de una tribu dispuesta a criar a los bebés humanos en comunas. Pero mientras se rueda la próxima temporada de impostores procesistas, en España vuelve a hablarse de otras cosas, y empiezan a morirse personas que no se habían muerto nunca. Como por ejemplo el bueno de la semana.
 

El bueno: Antonio Fraguas, Forges

La muerte de un humorista siempre tiene algo de paradoja, porque nos obliga a llorar su pérdida sonriendo con el recuerdo de su obra. En el caso de Antonio Fraguas, Forges, ese agridulce sentimiento se extiende a un país entero que él retrató como pocos. Si Mingote llegó a la conciencia de toda España desde la orilla conservadora, Forges lo hizo desde la progresista, pero ambos genios trascendieron las respectivas categorías ideológicas gracias al ingenio y a la ternura que guiaban su muñeca. Forges lograba retratar eso tan difícil que es el español medio, a menudo sufridor, y no faltaba en sus viñetas costumbristas un propósito de denuncia, pero estaban siempre resueltas con sencillez y empatía. En una época en que la zafiedad y el odio a menudo pretenden hacerse pasar por humor regenerador, conviene no perder de vista a los referentes ya clásicos, a los grandes humoristas, que son los que saben sustituir la mueca crispada de la intransigencia por un amable gesto de perplejidad.
 

El feo: el presidente de Ifema, Clemente González

La única explicación que yo le encuentro al escandalito que ha afeado esta edición de ARCO es que el presidente de Ifema se hubiera conchabado con el astuto Santiago Sierra para completar con su censura la performance que ha disparado la popularidad de obra y artista. Un pícaro millonario cuyo talento es innegable, no por la calidad de su arte, sino por su precisión para prever qué puede escandalizar mejor a quién y en qué lugar. Y viviendo como vivimos en una sociedad de ofendidos perpetuos y colectivos en estado preventivo de indignación, el escándalo es una mina, un negocio multimillonario. Sin la censura, la chorrada seudopolítica de Sierra habría pasado perfectamente desapercibida, como corresponde a las soplapolleces con ínfulas, pero don Clemente González acudió en socorro de la mediocridad del artista contemporáneo con su intransigencia absurda y contraproducente, inédita en los 37 años que tiene ARCO, y mira que hemos visto mamarrachadas en ella. Porque el arte es inseparable de la provocación, al margen de la provocación a menudo no alcance talla de expresión artística, que en todo caso debe ser libre en democracia. El problema nace de los que son más papistas que el papa y más llarenistas que el mismo Llarena. Ahora tenemos a un mártir del arte donde solo había otro mediocre oportunista ávido de dólares.
 

El malo: o los malos, que lo son de verdad; los ultras del fútbol

Porque la batalla campal entre el Spartak de Moscú y del Athletic de Bilbao se ha cobrado una víctima, Inocencio Alonso, natural de Ermua, padre de dos hijos y ertzaina cumplidor, cuyo corazón no resistió el ataque de las bestias que se sirven del fútbol como coartada de su tara personal. Una agresividad canalizada a través de militancias radicales, la del supremacismo ruso de extrema derecha en el caso del Spartak y la de ETA en el caso de Herri Norte, el comando camuflado de afición al que intentaba aplacar el agente cuando cayó fulminado. Pero me da igual unos que otras, nazis que comunistas, o etarras, que son las dos cosas juntas. En España durante años los clubes fueron conniventes con sus grupos de hooligans porque animaban mucho a cambio de la comprensión para los efectos colaterales de su apasionamiento; pero esta legitimación de la violencia es repugnante, y si no la aceptamos en ETA y sus cachorros borrokas, tampoco hemos de aceptarla en el fútbol. No todos los equipos de España han puesto el mismo empeño en erradicar a sus ultras. Este verano hay mundial en Rusia: ojalá que la crónica deportiva no degenere en crónica negra.

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